Desam Ferrández

Diario de un ratón de biblioteca llamado Dix II parte

Un nuevo cuento compartido por Desam. Ferrández

Puedes leer la primera parte aquí 

Con el nuevo amanecer y un día entero para seguir investigando, decido ir a los hospitales, ya que en las noticias de ayer vi muchos de ellos en los que salían unos trajes muy raros y me gustaría averiguar algo más, porque no comprendí muy bien lo que vi en las imágenes de la televisión. Me dirijo al que está más cerca de la madriguera en la que vivo, entro en el hospital sigilosamente y escucho atentamente. Lo que entiendo es que, por culpa del virus, para poder atender a los enfermos los trabajadores del hospital se tienen que poner un traje que los proteja del posible contagio. La verdad es que parece que sean astronautas fuera de lugar, ¡qué horror! Así no me es difícil mantenerme oculto porque una vez se ponen esos trajes, las gafas se les empañan y no ven con claridad. Tengo que poner todos mis sentidos para entender lo que hablan porque con la mascarilla las palabras pierden volumen y hasta diría que me llegan distorsionadas; algunos sanitarios se ponen una especie de pantalla de plástico transparente sobre la cara en lugar de las gafas porque comentan que las gafas no las pueden usar pues o se les empañan totalmente impidiendo así la visión o les lastima la nariz o la frente. Los pacientes no se asustan al ver entrar estos buzos sin rostro por la puerta, seguramente no es la primera vez que los ven pero aún así percibo inquietud y miedo en sus rostros. Cuando han atendido a todos los enfermos, estos sanitarios se quitan los buzos y entonces veo en sus rostros el sudor, la indignación y el cansancio de llevar dicha vestimenta, resoplan quejándose de que no es manera de trabajar, que no pueden atender a los pacientes todo lo bien que quisieran, parece que el mono les haga de barrera del cariño con el que están acostumbrados a tratar, saben que no es así pero a pesar de eso sienten menos calidez. Les sigo hasta la maquina de café donde comentan “la ronda” y todos están de acuerdo en que nadie te lo enseña en la carrera esta forma de cuidar y otra cuestión que comentan, aunque parezca mentira, es que dicen un sí unánime a que cuando se ponen la mascarilla se vuelven sordos, a mí esta afirmación me hace mucha gracia, pensándolo bien no es que se vuelvan sordos es que las mascarillas retienen sus palabras.

Con los pelillos de punta y lágrimas resbalando en mis mejillas regreso al hogar, otra vez estoy muy cansado y tenso porque tengo que informar a los libros de esta situación y no sé ni por donde empezar, lo dejaré para mañana a ver si Morfeo me dicta las palabras para dar el discurso de la mañana sin meter miedo y sin ocultar datos.

Un nuevo día, otro amanecer, me despierto entumecido, creo que el sueño no ha sido lo reparador que necesitaba, quizás es que estoy sintiendo la presión, por exceso de empatizar, de los trabajadores que he visto en estos días atrás. Después de unos estiramientos me dirijo a la biblioteca pensando en que tengo que relajarme, no he podido ni tomar el desayuno de los nervios que tengo en el estómago, creo que no tengo el cuerpo para muchas jotas. En fin, me armo de valor y me encamino a mi trabajo, entro con mi mejor sonrisa, dando los buenos días y preguntando como se encuentran todos, las respuestas son varias sin embargo gana la pregunta: ¿qué has averiguado? Todos clavan sus lomos sobre mí, tomo asiento y empiezo a explicarles lo que he visto, oído y vivido en estos últimos días. Las exclamaciones y las caídas de las estanterías de algunos ejemplares se suceden mientras les voy narrando mis expediciones, eso sí, manteniendo la calma y sin poner mucho énfasis para no asustar más de la cuenta, hay algún libro más sensible que hasta pierde el sentido visualizando las escenas que les cuento; para terminar les digo que lo mejor será mantener la calma y no adelantar acontecimientos. Me comprometo a seguir saliendo a buscar más información y volver para contarles todas las novedades.

Pasan los días y la cuarentena sigue, hoy quiero ir a mirar como trabaja la policía, a ver si con un poco de suerte puedo subirme en un coche patrulla y enterarme de más cosas, no muy lejos hay una comisaría. En cuanto salgo en dirección a la comisaría me tropiezo con unos policías que están gritando algo a unos jóvenes en plena calle, dirijo mi vista a los jóvenes, están haciendo cola para entrar en una panadería y no mantienen la distancia reglamentaria. De pronto, veo a mi amigo Tom que también está mirando la misma escena que yo, me acerco a él y le saludo.

Hola Tom, ¿qué tal estás?, ¿qué haces?

Hola Dix, todo bien, estoy paseando por acá. ¿Y tú, también paseando?, ¡qué raro verte sin un libro debajo del brazo!

Me hace gracia que a pesar de que mis ojitos casi se me salen de la cara por la escena de los jóvenes, Tom se haya fijado en que no llevo a ninguno de mis amigos en la mano, y tiene razón, hasta a mí se me hace raro no tener cerca de mi piel ningún texto escrito con amor.

¡Carambolas Tom, es qué estoy investigando!, ¿sabes por qué no hay humanos por la calle? Sin esperar su respuesta le pongo al día de todo lo que sé y lo que estoy haciendo, también le cuento que me dirijo a la comisaría para seguir enterándome de más cosas. Le gusta mi propósito y se apunta a la investigación. Tendremos que tener más cuidado porque dos ratoncitos ya no pasan tan desapercibidos como uno, pero conozco bien a Tom y sé que su compañía será de utilidad.

Nos detenemos en la puerta de la comisaría y enseguida salen dos policías corriendo en dirección al coche patrulla, momento en el que aprovechamos para subirnos al vehículo, por la radio se van comunicando con una ambulancia y les preguntan a sus interlocutores si tendrán EPI o cualquier traje de protección para ellos, de la radio sale un sí y los dos policías se miran y cabecean asintiendo en muestra de que todo está controlado. Nosotros dos también nos miramos y nuestros ojos se abren todo lo que pueden hasta casi salirse de las órbitas mientras pensamos que nos vamos a meter de lleno en un traslado de un enfermo. Nuestros redonditos y diminutos cuerpos tiemblan, aunque este miedo no es capaz de impedir lo que venimos a hacer. De pronto se detiene el coche y sin aparcar salen los dos hombres, en la acera hay unos compañeros que les tienden los EPIS que se han de poner, nosotros bajamos y nos quedamos debajo del vehículo para observar la escena, le digo a Tom que los trajes que le dan a la policía son los mismos que vi ayer en el hospital. Vemos dos buzos, estos son de un color amarillo más llamativo que los del hospital, saliendo de un portal mientras tiran de una camilla y otro abre una ambulancia que está encima de la acera, detrás van los polis vestidos con los buzos, van hablando con los de la ambulancia a la vez que frenan al familiar del enfermo. Con los gestos que le hacen comprendemos que le dicen que vuelva a su casa y que ya le llamarán por teléfono. Desde donde estamos no llegamos a ver quien es el va en la camilla y mucho menos las caras de los que están detrás de sendas escafandras, sin embargo sentimos la tensión, observamos como si fuera la escena de un libro de ciencia ficción. Los policías se suben al vehículo sin quitarse la indumentaria y van detrás de la ambulancia, llegamos a la puerta de urgencias de un hospital, otra vez se quedan en medio de la calzada y bajan del auto para dirigirse a la puerta, nos bajamos del vehículo y vemos una escena esperpéntica: montones de ambulancias en medio de la calle, porque no hay lugar donde puedan aparcar tantas, y muchísimos monos amarillos empujando camillas en una terrible coreografía.

“Dix, no pensaba que fuera tan grave”, me dice Tom sin apartar la vista de la escena.

Yo tampoco, aunque los humanos parece que lo tienen todo controlado y saben en todo momento lo que están haciendo.

Veo un mono de los amarillos chillones que parece que se retira para quitarse la escafandra o quizás toda la indumentaria, empujo a Tom para dirigirnos hacia dicho lugar, “vamos quiero ver la cara que se oculta detrás de semejante protección”, le digo a Tom. Nos desplazamos con mucha cautela ya que hay mucha gente y no queremos ser vistos, la personita que lleva el mono chillón se deshace de toda la protección y ahí están mis ojos para descifrar el rostro que aparece, es un hombre joven con semblante raro, entre cansado y asustado diría yo, se pone a hablar por teléfono con su novia y mientras le cuenta parte de su día se le saltan unas lagrimas que lleva todo el turno reteniendo, se le han acumulado muy adentro y ahora es incapaz de contenerlas, le cuenta a su novia que hay demasiados enfermos y no disponen del espacio adecuado para dejarlos, que el estrés es máximo y que estarán días sin verse, ya que a pesar de las medidas de seguridad, tiene miedo de haberse infectado, ¡carambolas! me dan muchas ganas de abrazarle pero no creo que dejara que una ratita lo abrazase.

Tom de repente me agarra del brazo y me arrastra diciéndome que nos tenemos que ir rápido porque los policías han salido del hospital y se dirigen al coche patrulla para regresar a la comisaría, por pelos lo alcanzamos ya que la calle está cortada y salen marcha atrás.

Dix ¿qué hacemos ahora?

Pues no sabría que decir, quizás debemos irnos a casa y volver a salir mañana. Tom, de verdad te digo que no tengo ganas de ver más cosas por hoy.

A mí tampoco me apetece hacer mucho más, ¿vas a contarles a los libros lo que hemos visto hoy?

No, voy a esperar a tener más noticias.

¿Quieres que mañana te acompañe?

Sííííí, por favor, me encantará salir de nuevo acompañado.

Te espero mañana en la puerta de la biblioteca.

Perfecto.

Con nuestros ánimos por los suelos y un gran nudo atenazando nuestra alma nos separamos, cada uno dirección a su casa, con pensamientos similares, ¿cómo es posible que con lo adelantados que están los humanos, ese virus genere una pandemia y paralice a todo el planeta? Hay cosas que se me escapan del entendimiento. Llego a casa y sin ganas de cenar me voy al sobre, miro el libro que espera a ser leído en la mesilla de noche, lo acaricio, el tacto de sus tapas blandas calman mi inquietud y así me duermo.

Al día siguiente Tom llegó puntual y empezamos la nueva incursión, al igual que el día anterior nos dirigimos a la comisaría, después de horas de espera en las que no salió ningún vehículo decidimos entrar en las oficinas, con mucha precaución porque para nosotros es más fácil subirnos al vehículo que entrar en una comisaría llena de policías que puedan descubrirnos. Había mucho movimiento, la centralita no paraba de contestar las numerosas llamadas y de dar instrucciones, aquí no llevaban los trajes de protección, lo que si llevaban eran mascarilla y guantes. Nos salimos con el mismo silencio con el que entramos y volvemos al sitio de vigilancia que tenemos debajo de un coche.

“Tendremos que esperar aquí, ahí dentro corremos peligro”, le digo a Tom en el mismo momento en el que salen dos policías encaminándose hacia un coche que está delante mismo del que estamos nosotros. Nos montamos en el vehículo y esta vez se dirigen a un lugar donde ha habido un accidente, no hubo heridos por lo que no fuimos al hospital. Hacemos varias salidas más con la policía durante el día, pero ninguna estaba relaciona con el virus en cuestión, por lo que no descubrimos nada nuevo sobre el tema que estamos investigando. Sabemos que los libros nos esperan y no queremos demorarnos más, por lo que decidimos informarles con lo que nos sucedió en las urgencias del hospital el día anterior. Esta vez viene mi amigo Tom, entre los dos damos el parte a los libros.

Los libros se remueven en las estanterías, están muy nerviosos después de ponerles al día de nuestras indagaciones “¿qué hacemos Dix?” Es la pregunta que repiten todos los volúmenes.

No lo sé, queridos compañeros, para mí es tan nueva la situación como para vosotros. Creo que deberíamos estar atentos y no bajar la guardia, tampoco creo que podamos hacer mucho más.

Los libros se agitan y empujan a uno en especial como incitándole a que haga una pregunta, este da un paso adelante y pregunta con voz tímida más por miedo a la respuesta que por vergüenza ¿los humanos ya no leen?, ¿qué hay de los niños, ya no leen cuentos?

Como vosotros sabréis también hay libros digitales y estos se descargan en sitios web, hay varias plataformas que por la situación los están dejando gratis…

Varios ejemplares soltaron un grito de horror, ¿crees que volverán los humanos?, ¡no nos pueden hacer eso! Nosotros somos cálidos y tenemos personalidad, no somos como esos fríos libros sin papel. El tono con el que se expresaron era más triste y de suplica que desafiante.

Chicos, no seáis catastrofistas, claro que volveremos a ver la biblioteca con humanos de todas las edades ojeando vuestras páginas y emocionándose con vuestros textos.

Yo seguiré saliendo, cualquier cosa nueva que descubra os la contaré.

Nos salimos de la biblioteca oyendo los murmullos de las quejas y las lamentaciones de los libros, yo me sentía frustrado porque no podía ayudarles más.

Dix ¿estás seguro que los humanos volverán a la biblioteca?

No lo sé, Tom, tengo la esperanza de que así sea. Se me ocurre una idea ¿Quieres venir mañana con tus amigos a la biblioteca? Les daríamos una sorpresa a los libros y les podemos pedir que nos lean alguna de sus historias.

Buena idea, Dix, a mis amigos les encantará escuchar historias y más si son narradas por los propios libros, será una bonita sorpresa para todos.

Pues nos vemos mañana a mediodía en la puerta de la biblio, acuérdate de venir con tu gente.

Nos damos un abrazo y nos despedimos. Estaba en lo cierto cuando pensé que la compañía de Tom sería beneficiosa para todos.

CONTINUARÁ…

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