Basado en hechos reales por José Manuel Garrido
En alguna ciudad de quién sabe donde….
…un hombre descansa su dolorido cuerpo, tirado en el suelo, fatigado, tembloroso. Su mirada apagada, su sonrisa no existe. Los párpados negruzcos de nobles heridas en el campo de batalla, donde las caídas llegan a esos puntos vitales. Donde los golpes que fracturan su cara, no le dejan ya ver más allá de su inerte pensamiento.
Alguien le lanza suavemente una moneda… cosa que alegra ese segundo.
La coge, intenta ver a cuánto asciende el botín. Unos céntimos que no llegan, ni para una galleta.
Sus hombros se levantan en señal de paciencia y espera una próxima vez… una próxima intentona de ayuda.
Alguien se para ante su mirada. Con cara de desprecio, de arriba abajo le observa. En su torso detiene la vista. Camiseta rasgada, sucia e incluso alguna pequeña araña dando su paseo matinal. El rechazo se hace más grande si cabe. Escupe sobre el hombre, el cual no reacciona ante tal maldad y de nuevo se queda sólo ante el sol que tanto falta por la noche y abrasa durante el día.
Un chavalín se acerca y con algo de miedo en sus ojos le ofrece una manzana.
-¡No está mordida y yo no tengo más ganas de comer!._ comenta el niño con preciosa carita y bonito gesto.
El hombre sonríe cómo buenamente puede y se lleva el fruto a la boca.
Mordisco bravo y al saborear el manjar agradece al muchacho su gesto. Este se va satisfecho. Salta con una pierna y luego con la otra y así se va, calle abajo, tarareando una canción.
Pasan los minutos y al terminar su «almuerzo», se da palmaditas en la barriga.
Luego, un pequeño grupo de adolescentes llega hasta el sitio.
El hombre, temeroso, baja la mirada y los «memos» de turno comienzan a reír y a insultar, cuando ya comienzan a tirar cosas contra el indefenso amigo. Una botella plástica con líquido se estrella en su rostro el cual tapa con urgencia. Ahora su cuerpo mojado se inunda de olor a bebida energética. Intenta levantarse pero uno de los agresores golpea su barriga con el pie y lo tumba de golpe. De nuevo su cara se reventaba por haberse pegado contra el suelo.
Las vecinas de enfrente comienzan a gritar y los memos hacen lo mismo, más fuerte si cabe. Los insultos van a más y las amenazas para que desaparezca de la ciudad forman el idioma cotidiano.
Cada vez son más, los vecinos que asoman a las ventanas y más numerosas las voces intentando ahuyentar a los que con su canallada le dan nombre al día.
Por fin los chicos siguen su camino satisfechos de sus actos y orgullosos por creerse diferentes, auténticos, superiores.
Los vecinos callan de golpe, desaparecen tras los cristales.
El vagabundo, despacio, consigue levantarse. Al paso que el cuerpo le dicta, pone camino con sus pies a destino incierto. Nadie jamás volvió a ver aquel hombre sin hogar. Nadie jamás se preocupó del asunto.
Resulta que en aquella ciudad de quién sabe donde, desaparecen más de diez mil personas al año.
Sus cuerpos olvidados suelen ser enterrados en fosas comunes pues nadie los reclama y nadie se acuerda de ellos. Cuerpos sin nombre… vidas indiferentes.
José Manuel Garrido, abril 2024