Chernóbil Herbarium de Anaïs Tondeur y Michael Marder
Titulo: Chernóbil Herbarium
Autor: Michael Marder
Fotografías: Anaïs Tondeur
Editorial: NED
ISBN: 978-84-18273-094
Nº de páginas: 176
Fecha de edición: 2021
Ha llegado a nuestras manos un ejemplar del libro Chernóbil Herbarium de Anaïs Tondeur y Michael Marder que Ned Ediciones ha publicado este año. Es un libro con rayogramas y textos, pequeños ensayos filosóficos, que nos recuerdan una actualidad que pasó hace ya 35 años.
Parece paradójico que en el mes de las celebraciones recomendemos como libro del mes uno tan dramático. Las cosas vienen así y pensamos que cualquier momento es bueno para tomar conciencia, para conocer nuevos puntos de vista, para recordar la historia o reflexionar sobre ella, sobre la vida y sus sentidos, en plural porque la vida, creemos, tiene muchos sentidos. Siendo conscientes, podremos celebrar la vida con conciencia. «Chernóbil Herbarium» es un libro que invita a reflexionar a través del arte de unos rayogramas que Anaïs Tondeur realizó con una técnica similar a la impresión por sol, sunprint, para esta ocasión se utilizó como fuente de luz las radiaciones de las propias plantas en lugar del sol.
En «Chernóbil Herbarium», Anaïs Tondeur nos muestra la belleza del horror de la radiación a partir del contacto de las plantas con el papel fotosensible. No es una fotografía de la planta, es un rayograma. A través de su práctica estética, Anaïs Tondeur libera los rastros de luminiscencia que la radioactividad ha dejado en la planta, la cual, sin poder moverse y sin saber que era, ha permitido que la lluvia radioactiva empape sus células verdes, al igual que la tierra a la cual se fija y de la cual se nutre. Son especímenes de herbarios radioactivos que fueron cultivadas en el suelo de la Zona de exclusión (zona de 30 kilómetros alrededor de Chenóbil) por Martin Hajduch.
Michael Marder pone voz, o mejor dicho grito, a esta catástrofe. Marder opina que se habla poco de Chernóbil, ya que este trauma aún no ha sido digerido, la cicatriz sigue sin cerrar porque supervivientes y descendientes siguen padeciendo problemas de salud y falleciendo debido a la exposición radioactiva tanto externas como internas, estas últimas a través de la dieta.
El sábado 26 de abril de 1986 el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil explotó soltando una nube de polvo y lluvia radioactiva a la atmósfera. Este mismo día un niño viajaba en tren de Moscú a la ciudad de Anapa, él, Michael Marder, al igual que el resto de pasajeros disfrutaban de un viaje feliz sin tener ni idea de lo que estaba pasando a quinientas millas al noroeste, no son afectados directamente, sin embargo, la nube emitida al cielo que de repente se tiñó de un color que no es el que le corresponde, les alcanzaría, sin ellos saberlo, en los días siguientes.
En el momento del cataclismo, los responsables de la central nuclear y gobernantes, mandaron a casi 200,000 “Liquidadores”, personas que sin ningún tipo de protección combatieron el fuego que despedía el reactor tras varias explosiones, estos mismos «Liquidadores», días más tarde, se encargaron de enterrar a gran profundidad capas de suelo radioactivo y el sarcófago donde encerraron el reactor. Por supuesto murieron por envenenamiento radioactivo.
Con la exposición de lo sucedido, Marder nos induce a la reflexión sobre la energía nuclear. El periodo de semidesintegración del uranio (encerrado en un sarcófago bajo tierra) son los mismos años que tiene nuestro planeta: 4,500 millones de años, el cesio necesita tres décadas y el estroncio 28 años. El estroncio, similar al calcio, se acumula en huesos y dientes; En la planta se acumula en los tejidos vegetales vasculares, el cesio similar al potasio se distribuye por toda la planta, nos aporta datos que son para meditar, 4,500 millones de años o eso suponen, para que desaparezca el uranio es un daño infinito. Michael Marder también habla de la política sovíetica de aquel momento y cómo, en intento vano, pretendían ocultar un desastre tan descomunal. Hasta ese momento Chernóbil era una pequeña ciudad de Ucrania desconocida y desde entonces es el símbolo de la tragedia, con plantas, animales y humanos resplandecientes.
Han pasado 35 años de la terrible explosión y hoy, desde la comodidad de la distancia casi no recordamos un hecho que nos parece ajeno, nuestra vida e ilusiones no se truncaron en un segundo, sin embargo, esas centrales de la muerte siguen estando dispersas por todo el planeta.
Hace tiempo leí una noticia que afirmaba que Chernóbil había recuperado la vegetación que tras la explosión se había volatilizado, argumentaba que era gracias a que el hombre ya no estaba presente porque vivir en la zona resulta nocivo, en ese entones me congratulé por la noticia. De alguna manera las plantas nos dicen que el peligro se está dispersando, o eso pensé en ese momento. En Chernóbil Herbarium, Marder nos lo explica muy bien, cerca de la zona cero de Chernóbil había una gran pinada, esos pinos se volvieron rojos y perecieron en poco tiempo; sus troncos caídos se han ido acumulando durante estos años pues no se descomponen a falta de microorganismos que producen del árbol caído el compost, sin hongos, gusanos e insectos que se encarguen de descomponer y hacer pequeños los restos, para que después la tierra se nutra de los mismos. Parece una imagen congelada en el tiempo, vestigio de lo sucedido, claro monumento para el recuerdo del, entre otras cosas, impacto de exorbitantes dosis de radiación y la tecnología que posibilitó su emisión, a pesar de los informes que dicen que plantas y animales están volviendo a la Zona de exclusión.
Las plantas colonizan todo lo que está a su paso, son capaces de hacer desaparecer de la vista incluso lo más grande, solo necesitan tiempo, eso no quiere decir que su savia no sea radiactiva y esté inundada de muerte, son supervivientes de la huella ecológica interminable que produce la radioactividad.
Se han cultivado semillas de soja experimentales en el entorno radioactivo y han padecido cambios drásticos en su composición proteínica, lo que les ha permitido mejorar su resistencia a metales pesados y modificar su metabolismo de carbono, no tengo conocimiento de plantas, pero me da qué no es una buena noticia.
Michael Marder afirma:
El riesgo más grande es que continuemos como si Chernóbil no hubiera tenido lugar jamás.
Plantas—eternos gritos mudos, subiendo hacia arriba, expresando el trauma esencialmente inexpresable de su propio ser.
Herbarios—aullidos silenciosos congelados, suspendidos en el espacio-tiempo.
Herbarios radiactivos—llantos sin palabras cubiertos de una segunda capa de silencio e invisibilidad, un rastro de la toma de radiación.
Gracias Michael Marder, por este duro y cruento testimonio de lo qué fue y sigue siendo la catástrofe que en 1986 asoló al mundo.
Gracias, Anaïs Tondeur, por tu tan dramático arte. El arte tiene que conmover, tiene que emocionar y tiene que hacernos parar y ver la vida desde una nueva perspectiva. Has conseguido mostrar la naturaleza muerta más viva que nunca.
«Chernóbil Herbarium» es un gran regalo consciente.
Reseña realizada por Desam. Ferrández