Conciencia del presente
El pasado viernes, después de un largo y bien aprovechado día de trabajo y tertulia filosófica, iba, con cierta prisa a mi siguiente cita, a cantar con el coro en un concierto solidario.
Iba pensando en… no recuerdo muy bien, me imagino que sería en las hermosas conversaciones que había tenido por la mañana y durante la comida. De pronto llego a la estación de metro que tiene un pasillo largo, conexiones con dos líneas más, pasillos y cruces. Una guitarra suena de fondo, Nothing else matters de Mettalica, pienso que eso, “nada más importa”, es lo que sentía en ese momento, el universo ha puesto banda sonora a mis pensamientos, ¡uala! ¡gracias!. Si veo al guitarrista le dejo unas monedas, pensé, pero no, la música venia de otro pasillo. Sigo mi camino por las tripas de la ciudad, allí donde los sentimientos se esconden por las prisas y el estrés, allí donde nadie mira a los ojos pero que cuando levantas la mirada y la cruzas con otro ser descubres la intensidad de la vida en forma de escalofrío, ¿podría ser un ángel que ha venido a alegrarte el día? Como las ondas sonoras de una canción…los ángeles callejeros, los músicos que pasan desapercibidos mientras ponen esa banda sonora en tu vida, esos que te hacen sentir, sentir que estamos vivos.
Sigo mi camino y paso por una esquina donde hay un hombre que toca el acordeón, no le presto atención, sigo por el largo pasillo de unos 100 metros, a la mitad percibo la música de la película La Misión, una música que me acompañó durante mucho tiempo, en los días en que pude compartir muchos sentimientos con la gente de Quintana Roo en México, mi año de misionero…aquel año. Me doy la vuelta, me acerco al hombre del acordeón y me paro, a pesar de mi relativa prisa, para deleitarme con su música, sencilla pero muy profunda. Saco unas monedas de mi bolsillo y se las dejo en la funda del instrumento. Sigo escuchando, le susurro un “gracias, gracias, gracias” mientras pongo mis manos en posición gasho, me voy, unos pasos más allá me giro, pongo la mano en mi corazón y vuelvo a agradecer. El hombre se queda ahí, en su pasillo, ofreciendo su arte a los viajeros de la vida. Yo me llevo su música y los recuerdos.
Me emociono, la música, el día, el momento, mi vida, mi historia…me siento bendecido, me siento agradecido. Ya en el vagón, viajo con esa cara de tonto que ponemos los que somos inmensamente felices. No me preguntes por qué, en verdad no tenemos ninguna razón, sencillamente somos felices, esa es nuestra misión, sin buscar razones, and Nothing else matters, nada más importa.