Cuento de Navidad y un ratónDesam Ferrández

Cuento de Navidad y un ratón

Escrito por Desam. Ferrández

 

Era un día de esos en los que experimento como un movimiento interno. Necesitaba luz, salir de la oscuridad de mi propio hogar, del silencio en el cual me había refugiado, quería vida, ir a sentir los latidos de los corazones de los demás. Decidí hacer caso a mi cuerpo y salí solo con lo puesto. ¿A dónde ir? Al lugar de más tumulto de gente y luces de todo Madrid, dirijo mis pasos hacia la Gran Vía.

Me sumerjo en la panza de la ciudad y al llegar a mi destino, como si de mi propio parto se tratara, salí a flote en medio de un rio de personitas apuradas que me empujaban hasta llegar a ver la luz. Ahí me maravillé con la panorámica que aparecía frente a mí, me quedé parado; había mucho que hacer y nada a la vez, quería mirar a todas partes, a todas las personas, mirarles a los ojos intensamente para apreciar su alegría, quizás para saber porqué estaban felices.

Di vueltas sobre mí mismo buscando la imagen más impactante; algún transeúnte me miraba y se apartaba de mí, supongo que pensarían que no estaba muy cabal.

Caminé arriba y abajo por la misma calle mirando las luces de Navidad que tanto encandilan a los niños; brillos que de momento aparecen en la oscuridad con cambios de colores y formas; árboles enormes llenos de bolas brillando, hasta que me cansé, pero como no quería abandonar esa diversión busqué un sitio tranquilo donde poder pasar desapercibido sin perderme detalle. Me senté en un bordillo desde donde poder ver con todo detalle a los viandantes y sus gestos. Les miré con fuerza jugando a ver si podía vislumbrar algo que me desvelara en lo que estaban pensando.

Observaba las caricias de los amantes; la suavidad de la mano de un niño al agarrar la de su madre; la felicidad de las parejas que entre arrumacos zascandileaban por las calles mientras que se leían la mirada, el frío hace que todavía te aprietes más al amado.

De repente di un respingo porque un ratón vino colocarse a mi lado. No sabía qué hacer si seguir observando o largarme de allí.

El ratón me dijo: tranquilo, no te voy a comer, soy pequeño.

¡¿Estás hablando?!

Claro y tú también. Contesto el ratoncito.

Me quedé atónito. Todavía no sabía qué hacer. La situación parecía de cámara oculta, o de estar en un sueño. Desde luego no era muy normal quedarse en un bordillo sentado observando a la gente pero encima ¡hablar con un ratón! eso sí que era una sin razón. Tome aire muy profundo y me dije “voy a vivir esta situación”, y ahí me quedé esperando a que el ratón se fuera, desapareciera o yo me despertara, sin embargo no sucedió nada de eso. Yo seguía sentado, mirando de soslayo al ratón y él parecía no tener nada que hacer, creo que también él me miraba de reojo, hasta que por fin me dijo: hola me llamo Mus.

Hola, yo me llamo Paul, seguidamente le dije, yo creía que los ratones no hablaban.

Yo creía que como los hombres hablan piensan que nosotros también.

Bueno, quiero decir que pensaba que no hablabais nuestro idioma.

Tengo que decirte que si estuviera en Inglaterra hablaría inglés, pero aquí hablo castellano.

¿Me puedes decir que estás haciendo sentado a mí lado?

Me pareció curioso que te sentaras tú solo sin hacer nada más que mirar con una sonrisa de oreja a oreja y vine a ver que hacías.

Yo estaba observando. _Era todo muy curioso porque se me acabaron las palabras, no sabía qué decirle ni cómo expresarme. Cómo explicar a un ratón lo que hacía.

¿Qué es lo que observas, qué te ha llamado tanto la atención?

Me encantan las luces y los árboles de Navidad, me encanta la gente, me encanta que compren, que sean felices, mirar y sentir como los amantes se rozan las manos, sentir la suavidad de la mano de un bebé, ver la mirada cómplice de unos amigos, incluso la pataleta de un niño que no consigue que sus padres le den lo que él quiere, Mus ¿tú también observas estas cosas?

Pues verás, la verdad es que no, porque cuando voy por la calle lo que intento es que no me piséis, tengo que esquivar vuestra mirada y además vuestras patadas, porque hay a veces que no vais mirando al suelo y me podéis dar. Cuando yo voy paseando en busca de comida, o de visita, no voy mirando las caritas de los humanos, no se me ocurre, bastante hago para pasar inadvertido.

Pues a mí me encanta observar como miran y sonríen, sus manos, o como andan, y en verano los pies de los bebés me maravillan. Ahora en Navidad las luces tiene algo que me engancha. ¿Sabes? A veces me gustaría tener un avioneta y volar por arriba de las luces y ver cómo se ven desde esa perspectiva, me imagino que será alucinante.

Wow, ahí te puedo ayudar.

¿Ayudar?, ¿cómo? ¿Tienes una avioneta?

No, pero si me acompañas te puedo guíar al lugar adecuado para que puedas ver las luces desde arriba, aunque para eso tienes que ser mi amigo y llevarme en tu bolsillo.

¿Tocarte?

Claro, tocarme.

Es que me da asco.

Cómo te va a dar asco tocarme, oye que me ducho todos los días. _ Contestó Mus muy indignado.

No es eso, y no sabría decir porque me da asco, pero a los humanos nos dan asco los ratones.

Ya, también habías dicho que no hablábamos y tú y yo estamos manteniendo una conversación.

Tienes razón, aunque todavía no estoy seguro de que no sea un sueño.

Tócame y lo descubrirás.

Paul estira un dedo y le toca la panza a Mus, después le toca la cabeza_ Ah, pues estas suave.

Claro, ¿qué esperabas?

La verdad es que no lo sé, quizás que tu pelo fuera áspero.

Venga, agárrame en tu mano.

El joven lo cogió, lo elevó y lo llevó hasta su vista, sus miradas se cruzaron cómplices, de ahí comprendió que el sentido del asco no es real, nos han dicho que tenemos que tener asco y entonces él tenía asco.

¡Vamos! quiero ser tu amigo.

Paul lo agarra y lo pone con mimo en el bolsillo. De Mus solo sobresalen el morrito y los ojitos para poder ver y encaminar a su nuevo amigo hasta donde él lo quería llevar para que viera algo que este humano nunca había visto antes. Mus conocía bien el lugar y sabía que Paul lo disfrutaría exactamente igual que él.

Paul es un adolescente de cabellos rizados y dorados, ojos azules oscuros, tan oscuros como la profundidad del mar; se deja guiar por el ratoncito que lo hace callejear hasta que llega a un edificio y le dice: entra.

No podemos entrar, es un hotel.

Por eso se puede entrar, si fuera una casa y no tuviéramos llave no podríamos entrar, bueno, yo sí, ja, ja, porque soy pequeño, pero aquí, por ser un hotel, sí puedes entrar.

¿Y qué digo?

Pues que vas a visitar a tu amigo que está en la habitación 901.

¿Cómo sabes todo eso?

Entra y dirígete al ascensor.

Desde la recepción le llaman la atención, haciendo que Paul se detenga, y le preguntan ¿a donde va?.

Voy a visitar a mi amigo que está en la 901, contesta el joven sonrojándose.

Le permiten subir sin más preguntas.

Suben hasta el último piso. El ratoncito le sigue guiando hasta llegar a una escalera que lleva a la azotea, hay una terraza por la que se asoman, desde allí Paul puede ver las luces de la calle más larga y más iluminada de todo Madrid, están por encima de ellas, puede deleitarse con los haces de luz que suben hasta el cielo, miles de haces de luces de todos los colores brillando conectando con las estrellas directamente.

Wow, esto es brutal.

Ya te dije que te gustaría.

No me gusta, te has quedado corto, ¡me requeteencanta!.

Sígueme._ Ordena Mus.

El ratoncito fue corriendo por la barandilla hasta llegar al otro extremo, mientras Paul le seguía los pasos. Desde ahí, pudieron ver a lo lejos otro magnífico espectáculo de luz y color, parecía que un árbol de Navidad enorme quisiera alcanzar las estrellas. Muchos haces gruesos y brillantes salían desde el árbol de Navidad y subían hacia el infinito celestial. Paul y Mus se quedaron mirando con la boca abierta, anonadados por el maravilloso e irrepetible espectáculo. Permanecieron ahí un buen rato disfrutando.

Paul, te he traído a un lugar al que nunca habías venido, un lugar casi mágico donde puedes venir de día y comprobarás como no tiene nada que ver con lo que estamos viendo ahora. De día es el sol el que hace los haces de luz y los manda desde el cielo hasta esta maravillosa terraza, te deleitará igualmente, aunque de otra manera. ¿Nos bajamos?

No, quedémonos un poco más disfrutando, por favor.

Los dos amigos se quedaron apoyados uno contra otro compartiendo una nueva experiencia, respetando el silencio y el disfrute mutuo; eso también forma parte de la magia de la Navidad, hacer amigos donde no esperas.

El Duende de la Navidad no siempre se aparece con la misma forma, a veces se disfraza para ser aceptado, como le ha pasado a Paul… Nos toca sutilmente y si estamos atentos quizás lo sintamos nosotros este año.

El jovencito hizo un viaje inesperado en ese mundo desconocido para hacer realidad su sueño: ver las luces de navidad desde muy alto, y a la vez perdió el asco a los ratoncitos y seguramente a otras muchas cosas.

De repente Paul se siente agitado y escucha la voz de su madre que le dice “Paul despierta, es hora de levantarse, ¿qué te pasa que tienes esa sonrisa?”

¿Mamá, eres tú?

Claro, cariño, ¿quién quieres que sea?.

¿No eres un ratón?

Todavía no me he transformado.

Es que estaba con un ratón.

Seguro que te lo estabas pasando bien porque tenías cara de felicidad.

Mami, te tengo que contar el sueño que he tenido, es tan bonito que tenemos que ir a ese lugar.

Me parece bien, me lo cuentas en el desayuno mientras tomamos un cacao bien caliente.

Vale.

Y colorín, colorado, el trabajo del ratoncito se ha acabado.

¿Cómo y dónde volverá a mostrase el Duende de la Navidad?

¿Le esperamos…?

 

Feliz Navidad.

Mus

Susurros de luz

Susurros de luz, la asociación que hace que las cosas bellas sucedan y además las cuenta.

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