Cuentos narrados en San Antón 1
Cuentos narrados por usuarios de la Iglesia de San Antón, personas Sin Hogar o Sin techo, y voluntarios de la Asociación Susurros de luz.
Estos dos cuentos son el resultado del taller de narrativa y creación de cuentos que estamos desarrollando en la iglesia de San Antón gestionada por Mensajeros de la paz. Habrá más. Nos está encantando la experiencia.
Gracias por difundir este proyecto
Fallas
En Valencia, en la playa de la Malvarrosa, estoy. Un día de Fallas, descansando de las fiestas de anoche. Estuve con unos amigos viendo el castillo de fuegos artificiales cerca del río Turia, tomamos agua de Valencia, esa rica bebida tan típica.
Lo cierto es que ayer fue un día muy completo, disfrutamos de la Mascleta, nos fuimos de fiesta por los discos móviles que hay por toda la ciudad en estos días en los que el centro, cerrado al tráfico, está lleno de turistas procedentes de todos lados, disfrutando de una ciudad en la que los protagonistas somos los peatones en lugar de los coches, así podemos pasear tranquilamente viendo los ninots.
Me gusta observar a la gente, disfruto viendo como actúan las diferentes personas en diferentes ambientes. Tengo un buen grupo de amigos, me encanan, nos reunimos en fiestas. Ayer comenzamos el día tomando chocolate con churros, no podía ser de otra forma, y tirando petardos. Veo como hay gente que arrojan petardos unos a otros, je je, parece una guerra. A mi amigo Mohamed le gusta mucho escuchar nuestros debates, es poco hablador pero cuando dice algo, sus palabras son el fruto de profundos pensamientos. Me gustaría saber que pasa por su cabeza a lo largo del día, parece que se aburre pero en realidad toma nota de lo esencial de la vida y la amistad y lo resume en pequeñas perlas de sabiduría.
Me gusta hacer nuevos amigos y compartir unas risas con todos los que vienen a vivir unos días de esta fiesta tan ruidosa.
El olor a pólvora se percibe por todo Valencia, es brutal. Entre los ruidos y el olor me puedo poner en la piel de aquellos que son víctimas de guerras injustas y cuando pasa un helicóptero me siento como si estuviese en el Vietnam de los años 60 o en la Libia de ahora. Todas las guerras son tan injustas. Mohamed dice que las guerras en nombre de la libertad acaban con la libertad de los seres humanos que darían su vida por aquellos que no tienen nombre, bueno, nombre si tienen lo que no tienen son adjetivos que les definan. Tras las guerras hacen homenajes al soldado desconocido cuando debían hacerlos a los héroes que dan la vida por su propia defensa… se defienden de sus protectores…
En Fallas todo está el mundo en la calle, así que no es difícil encontrarse con conocidos. La sorpresa fue encontrarme con mi familia, me hizo mucha ilusión pues nos solemos reunir solo por Navidad. Les digo a mis amigos que me voy a comer con la familia al completo. Estuvimos muy emocionados, recordando viejos tiempos, cuando éramos pequeños y nos juntábamos para pasar los veranos, la Semana Santa y las Fallas. De jóvenes siempre se disfruta de la vida en cada instante, se vive el presente como si supiéramos que mañana nunca iba a ser igual, y que bien se hace porque ningún día es igual a otro, no es que el tiempo pasado fuese mejor es que tenemos que valorar el presente para no tener miedo al futuro… el pasado ya no existe si vives “el ahora”.
Al atardecer me junté de nuevo con los amigos para seguir la marcha y ¡a pasarlo bien!. Fuimos andando por el paseo marítimo, luego nos fuimos hacia el centro separándonos del paseo y callejeando, callejeando nos encontramos con un pasacalles, con una orquesta, nos unimos a ellos, empezamos a cantar y a bailar, a reír… y acabamos en una falla muy grande. Empezamos a rodearla, cada uno dijimos lo que veía desde su posición, su lugar, su perspectiva y montamos una historia acerca de esa falla, cada uno narraba una parte. Sin darnos cuenta el maestro fallero nos estuvo escuchando, en un momento nos interrumpió, tomó la palabra y nos contó en que se había inspirado para construir esta falla. Tuvimos el gran honor de escuchar a todo un artista quien nos contó que para hacer su obra se había inspirado en las leyendas y misterios de la ciudad de Valencia pues dicen que hay algunos fantasmas que mueven las cosas de sitio… cuando estábamos escuchando al maestro, nos dimos la vuelta y vimos que un banco del parque se estaba moviendo solo. “No puede ser” dijimos todos al unísono, “tiene que haber algún truco, no puede ser que haya fantasmas en el parque que muevan los bancos con esa facilidad”. Uno de mis amigos descubrió que el maestro, que era muy cuco, estaba tirando de una cuerda haciendo que se moviese el banco para hacer de su falla un lugar de misterio y enigma y así asustar al personal, pero nuestro grupo de amigos, que somos muy valientes y curiosos, nunca nos asustamos. Parecemos la pandilla de Scooby Doo.
Nos sentamos en el banco y nos echamos unas risas escuchando las historias del maestro fallero…
Y empezó el fuego, el Ninot comenzó a arder. Mientras contábamos historias de fantasmas, los bomberos habían rodeado la falla y se dispusieron a comenzar la quema.
Mientras veíamos arder la falla, Asier nos contó que en las fallas se representan, con figuras caricaturizadas con mucho sentido del humor, a personas públicas, deportistas, políticos que han tenido cierta popularidad, para bien o para mal, durante el año.
Xavi nos preguntó “¿A qué personaje quemaríais?” y Valentina respondió muy rápidamente: “mi abuela”.“¿¿¡¡A tu abuela!!??” preguntamos todos asombrados. “esa figura de allí se parece a mi abuela”. Todos suspiramos y reímos un buen rato. Menudo susto nos había dado.
De pronto, Valentina volvió a gritar:”Por ahí viene el pesado de Terminator”. Llegó a nuestro lado, no paraba de hablar, hablar y hablar. “Me gusta Valentina pero tiene su wom, James Wom”.Llegó Wom y se fue con Valentina a comer paella, así sin más, sin decir media palabra.
El resto del grupo nos fuimos a seguir la fiesta bailando.
Al terminar las fiestas nos fuimos a la playa, allí nos quedamos dormidos. Al despertar, comentamos los sueños que habíamos tenido… que si uno conoció a un militar en la playa, otro que subió al Miguelete, la torre de la catedral, se cayó desde lo alto y mientras caía vio como unas alas de mariposa salían de su espalda, aterrizó sobre el manto de flores que ponen entre el ayuntamiento y la catedral… toda una transformación como el Ave Fénix pero sin llegar a convertirse en cenizas.
Unos fueron a desayunar, otros a la iglesia. Nos enteramos que a Valentina le había sentado mal la paella por eso no regresó con el grupo, acabó en el hospital. Ella creyó que era alérgica al marisco pero lo que pasó es que se revolvió al ver la falla que se parecía a su abuela.
Mohamed compartió con nosotros un pensamiento: “las emociones que nos remueven son las que hemos que trabajar o nos harán enfermar”.
Me encanta reflexionar sobre la vida, un día después de la gran fiesta, solo, en silencio, con el sonido de las olas de fondo… en la playa de la Malvarrosa.
La merienda de la abuela
Nos reunimos unos amigos y yo en el Parque de Retiro. Queremos hacer un cous cous, hacemos una pequeña fogata y nos ponemos a prepararlo, viene un guardia y nos dice que no podemos hacer fuego en el parque. Apagamos el fuego, por suerte el cous cous estaba lo suficientemente cocinado como para poder saborearlo.
Vamos a comenzar a comer cuando nos dimos cuenta de que nos faltaban las bebidas. El cous cous está tan seco que cualquiera se come eso sin bebida, así que nos disponemos a elegir un voluntario que vaya a por las bebidas. Se presentó voluntario Negril, fue a por unos refrescos y unas cervezas sin y con alcohol. “¡Hay que vivir la vida en plenitud!” Dijo Negril.
Marchó y al rato regreso con los refrescos, su desilusión fue grande cuando vio que nos habiamos comido todo. “¿Cómo habéis podido comer eso sin nada para tragarlo?” y nos echamos a reír.
Negril se quiso llevar todo lo que trajo pero Limeña, la peruana, sacó un buen bocadillo del bolso y se lo ofreció. “Negril, es de los que te gusta y tan grande que te va a servir también de cena” dijo mientras se lo ofrecía.
Así fue como convencimos a este generoso amigo que es Negril para que siguiese con nosotros un rato más.
Comimos, compartimos, nos reímos en el Parque del Retiro.
Por variar de aires nos fuimos caminando hacía el centro de la ciudad, por Gran Vía. Llegamos a una tienda, cerca del mercado, que nos llamó la atención, es La pollería de Chueca, mucha gente se hacía fotos en el escaparate con el fondo de las diversas pollofres, gofres con forma de miembro viril. Son increíbles las cosas que pueden llegar a tener éxito en Chueca, hay que tener ojete para los negocios. De pronto surgió una buena conversación en torno a las palabras, en Latinoamérica las pollerias venden pollo y para recaudar dinero se organizan polladas que son días en los que una familia vende pollo asado o macerado y a la barbacoa habiendo vendido papeletas días antes, de este modo se consiguen fondos para diferentes causas.
El viajar te enseña muchos usos de una misma palabra.
Nos entró más hambre y fuimos a buscar el Café con duende en donde sirven el mejor postre de todo Madrid, la merienda de la abuela, sencillamente pan con chocolate.
Pedimos el plato estrella y mientras nos servían los cafés y la merienda de la abuela empezamos a hablar de las comidas típicas de todo el mundo pues todos los del grupo éramos de diferentes partes del planeta. Así pudimos aprender que en Venezuela hay una comida típica, la caraota, son alubias rojas o frijoles, también tienen las arepas, carne mechada con arroz y de postres: dulce de leche, buñuelos y un plato típico es el majarete hecho con maizena, coco, leche condensada y canela espolvoreada y otro que es la merienda de la abuela, la Catalina, hecho con harina de trigo y panelón rallado, un tipo de panela, amasado y al horno. Se hace con leche, café…
En Perú tienen el ceviche, es un pescado marinado, arroz con pollo y el postre “el clásico”, hecho en honor a dos equipos de fútbol, el Alianza Lima y la U, uno tiene la zamorra morada y el otro el arroz con leche, como representación de los colores de cada equipo.
La Pascualina hecha con acelgas, las empanadas, el asado son típicos de Uruguay, un país pequeño, con poca población, buen ganado y mucha tierra que da carne de calidad. El plato estrella es el chivito, se hace una especie de guiso de carne de chivo con jamón, queso, huevo y muchas patatas fritas. De postre, el alfajor.
En Marruecos tienen el Cous cous y postres de hojaldre con miel y almendras y una especie de barquitas de almendras deliciosas.
La tarta tres leches es muy típica de todo Latinoamérica, como el brazo gitano, el pie de limón o la torta de pan que es como un budín… también se comen en España. Llegamos a la conclusión de que el origen de muchos postres vienen de aprovechar las sobras o el excedente de productos como los flanes de huevo, el budín de pan o el flan de plátano.
Tras conocer todos los manjares que algún dñia probaremos, quedamos en organizar una comida temática con platos de nuestros países, nos pusimos a hablar de nuestras infancias… es lo que tiene probar la merienda de la abuela.
Marco nos contó que su abuela vendía mercancía, era “turca”, viajaba a Colombia y compraba ropa que luego vendía en Venezuela y con eso levantó a la familia, a tres hijas y a los nietos a quienes daba uno o dos bolívares, era plata en ese entonces. “Con ese dinero me iba a la bodega, a por refrescos, caramelos, chupeta, todo para mí, no se comparte los botines de guerra” nos dice entre risas.
Limeña nos habla de su infancia: A veces, cuando salía del colegio me encontraba con una vecina que me decía que había visto llegar a mi abuela a mi casa y yo salía corriendo gritando “mi abuela, mi abuela”, bueno yo la llamaba mamá… ella criaba patos, gallinas, gallos, conejo, la abuela aún vive a una hora de mi casa en Perú. No íbamos mucho, ella nos venía a visitar. Cuando iba a sus casa ayudaba a limpiar la zona donde viven los animales, tenía terror a limpiar la jaula del cui, son como ratas pero sin cola, tenía miedo pero me gustaba mirarlas…
Joaquín nos habló con mucho cariño de su abuela, era la única que cuida de sus hermanos y de él cuando estaban enfermos, les llevaba el té a la cama cuando se encontraban mal, es la que cocinaba mejor. Yo decía a mi madre que la abuela cocinaba rico y la animaba a que aprendiera a cocinar como ella. “Solía tomar mate con la abuela mientras escuchaba las historias que esta le contaba con tanto cariño” recuerda con nostalgia.
Martus recuerda que su abuelo tenía viñas y cada mes de septiembre iban todos los nietos a vendimiar, a ella le costaba muchísimo. Les despertaban a las 6 de la mañana, les montaban en el tractor en el remolque y ala, con la merienda al campo. Martus se cansaba y se escondía entre las cepas. Don Julián, un hombre que trabajaba con el abuelo toda la vida, la veía escondida y gritaba “muchacha, sal de las cepas que como vaya te vas a enterar…” y así todos los días. Recuerda que el primer año llamó a su madre llorando “mamá, como no vengas a por mí yo me muero”, a lo que la madre respondía: “tú te quedas ahí vendimiando hasta que se acabe”. “Después el abuelo nos daba la propina y nos quedábamos tan contentos pero lo pasaba mal… los riñones, agachada todo el día… pero tengo un buen recuerdo de esa época” nos confiesa.
Joseph recuerda que cuando su abuelo venía a visitarles siempre contaba historias de cuando lucho en la guerra. Enseñaba una cicatriz de la espalda que, según decía, le hicieron en la Guerra Civil. “Cayó herido de un balazo… y lo narraba como si lo viviese en ese momento…” nos cuenta viviendo la escena. Cuando murió, le dijo a su madre lo valiente que era el abuelo, su madre le dijo “que va, lo que sí que era…era un cuentista”… tenía mucha imaginación y se pasaba las horas con todos sus nietos contando cientos de batallitas, “quizás aprendí a contar cuentos gracias a él” nos confesó.
Al acabar nos despedimos y cada uno se fue a su casa con la satisfacción de haber aprendido algo de los amigos gracias a compartir experiencias en torno a la merienda de la abuela.