Deshidratado
Jose Escudero Ramos. Madrid, 13 de marzo de 2019.
Llevaba días con ganas de ir corriendo hasta casa de mi madre, suena normal, el tema es que su casa está, o eso había calculado, a unos 25 kilómetros de donde ahora vivo. Era parte del entrenamiento para el maratón de Madrid que tendrá lugar en abril.
El sábado despierto con las ganas suficientes como para intentarlo. Pongo en la mochila ropa para cambiarme al llegar, algo ligerito para que no me pese en exceso, también una manta térmica de urgencia que siempre llevo cuando salgo con mochila a hacer tiradas largas, dátiles, y una botella de un litro con bebida isotónica casera, esto es un poco de agua de mar mezclada con agua dulce, limón, bicarbonato y equinácea para subir defensas.
Salgo de casa descalzo pero con mis “guantes para pies” en la mano pues sabía que en algún punto me los iba a tener que poner. Ciertamente al llegar a Paseo de Camoens me calzo mis fivefingers.
Llego a la Casa de Campo y comienzan las dudas, si tiro por la derecha llegó a la carretera de Castilla, si tiro recto y luego a la izquierda, a Somosaguas.
Pues no sé que hice que di más vuelta de lo esperado. Llegué a Húmera, Somosaguas, Pozuelo y hasta Majadahonda, al hospital de Puerta de Hierro. Eso fue casualidad. Allí llevaba ya poco más 23 kilómetros y me faltaban al menos 10 para llegar a casa de mi madre por lo que decidí quedarme ahí. Mi querida madre vino a buscarme.
Primer error: No calcular mejor el recorrido pero lo cierto es que yendo a la aventura sabe todo mejor.
Segundo error: No beber nada de agua hasta el kilómetro 18, cuando estaba pasando Pozuelo por la Avenida de Europa paré para beber y comer un plátano. Eso fue una locura de inconsciente principiante, cosa que no soy, principiante me refiero, un poco de inconsciente sí que tengo.
¿Se puede considerar esto cómo un tipo de suicidio?
Pues yo creo que sí, como el fumar, el beber o el conducir borracho. ¿Somos a la vez que no somos conscientes de que nos estamos matando?
Bueno, si pensamos en el origen del Maratón, conmemorar la hazaña de Filípedes, un soldado que recorrió 40 kms de la ciudad de Maratón a Atenas para avisar de que una batalla había terminado y que cuando llegó dio el mensaje y murió, todos los que corremos maratones no es que seamos suicidas, es que nos estamos enfrentando a la muerte en un infantil juego de “no me pillas”. Pero ¿entrenando? ¿por no beber agua? ¿retar así al destino? Llevo ya unos cuantos maratones y ultramaratones y sé lo importante que es beber cada cinco kilómetros aunque no se tenga sed, especialmente los días de sol pero no calor o aquellos con una humedad relativa o en los que no sudas pero desgastes sales, en los que no te das cuenta pero gastas ese componente agua que nos hace estar hidratados.
¿Y que ocurre cuando ves la muerte de reojo?
En primer lugar hay que escuchar al cuerpo. Cuando mi madre llegó a por mí, lo primero que le dije fue “me están bajando las defensas, como siempre que hago un sobre esfuerzo”, hasta aquí todo normal. Bebí otro sorbo de mi bebida y noto que me sienta mal, quizás he bebido demasiado deprisa o demasiado poco… algo me hace en mi interior pensar en la deshidratación. A lo peor es que he echado demasiada agua de mar… dejo pasar el tiempo.
Comemos y con tres cucharadas de una deliciosa sopa de verduras voy al baño a vomitar siete veces lo que había ingerido, es increíble cómo es el cuerpo humano. Automáticamente dejo de comer y me encuentro mejor. El soltar me ha liberado una carga. Se podía pensar que se trataba de un corte de digestión… pero no.
Una pequeña siesta reponedora tras la comida familiar y mi hija y yo volvemos a Madrid, yo con bastantes retortijones, lo que me hace llegar a mi domicilio e ir al baño repetidas veces. Todo lo que no digiero lo estoy soltando, todas las emociones, las tristezas, la angustia y los miedos. María se ha quedado con sus amigos y yo estoy en casa disfrutando de la soledad para poder escuchar bien a mi cuerpo y tirar del hilo ¿para qué me he hecho esto a mí ahora?
Observo las emociones de tristeza que me envuelven, las situaciones familiares, laborales… todo encaja.
¿Qué sentía antes de salir a correr?
¿Por qué he elegido este día y no dos semanas después?
¿A quién quiero demostrar el qué? ¿a quién me quiero enfrentar?¿o quizás es que (me) quiero dar pena?
Todas las preguntas se amontonan.
¡Sí, estoy sintiendo! me digo alegre a pesar de los retortijones y la carencia de energía.
Siento mi cuerpo oler a la pizza que cené la noche anterior. No sudo líquido, no me queda agua en el cuerpo, pero los olores son brutales.
Me permito ayunar lo que queda del sábado y el domingo, bebiendo únicamente poco líquido a sorbos muy pequeños.
No puedo moverme pero no por el cansancio de correr 23 kilómetros, curiosamente de eso estoy bien. Me arrastro sin energía y me permito escuchar a mi cuerpo. He despertado una curiosa sensibilidad.
Duermo a ratos, a otros estoy en esa conciencia onírica entre sueño y realidad.
El domingo me levanto, hago un par de trabajos de diseño muy sencillos, de los que no hace falta pensar y sigo en mis sueños lucidos, escuchando a mi cuerpo y a mis guías, entre el reiki y la meditación.
Sigo transpirando olores raros por todo mi cuerpo. Huelo a muerto. Parte de mi está muriendo.
Veo como un hilo de luz va hacia mis ojos que están cerrados. Es como un hilo de flash que viene hacía mí. No quiero confundir con ese “ve hacía la luz” tan famoso.
Me pregunto cosas ¿por qué he de vivir con mis amores divididos? Desam en Asunción, María en Madrid. Una viviendo la aventura de su vida en Asunción, otra viviendo, intentando entender qué pasa con esa aventura de la vida que no puede con ella… y es lo que tiene ser adolescente, que te llenas de preguntas, que piensas en si la vida tiene sentido, mientras alejas la idea del suicidio… mientras nos vamos suicidando inconscientemente… y es lo que tiene la metamorfosis, para nacer mariposa tienes que haber matado al gusano primero…
Sé que hay que dejar que la naturaleza siga su curso, beber cuando se tiene sed, o no, si estás corriendo… ser consciente de nuestros dones cuando nos llegue el momento, haciendo las preguntas precisas en cada instante y lo más importante: conocer y reconocer el idioma en el que nos habla nuestro cuerpo, nuestro Yo Superior, nuestro instinto, nuestro corazón, nuestra mente… el universo… Escucharnos, conocernos, confiar, confiar, CONFIAR.
¿Qué se preguntará el gusano de seda cuando se convierte en crisálida?. ¿Es este mi fin o un nuevo comienzo?
Y con esa fiebre sin sudar, pues todavía seguía sin suficiente líquido en el cuerpo, recogido entre las sábanas, veo a una mujer gitana zíngara que me dice: “La respuesta la conoces. En otra vida te viste obligado a separarlas, ahora estás sufriendo lo que ellas en esa vida. Todo sanará cuando leas mi libro.”
Volví a dormir, Me desperté varías veces por la noche, bebí agua a sorbitos, dormi.
Me permití un día y medio de ayuno y meditación, reiki y soledad buscada. Necesitaba “dejar de” y “comenzar a”…
Mi cuerpo me pedía correr, mi alma me pedía morir un poquito para nacer más lleno de luz, más consciente de lo afortunado que soy por poder escuchar a mi cuerpo, agradecer que tengo un cuerpo al que escuchar ya sea corriendo ya sea en quietud.