Lecciones de humildad

Diario de un ratón de biblioteca llamado Dix, I parte

Un nuevo cuento compartido por Desam. Ferrández

Soy Dix, un ratón de biblioteca de lo más común, estoy preparándome para empezar la semana laboral con alegría, para eso llego el lunes prontito a mi puesto de trabajo, la biblioteca. Para mi sorpresa no hay nadie en el edificio y pienso que algo anda mal, me habré equivocado al mirar la hora o es qué el reloj no marcha bien. Aún así entro en la biblioteca, me encanta el aroma que despide el papel de los libros, la luz entra por la claraboya iluminando sus lomos, esta es una escena que se repite todos los día y siempre me quedo contemplándola imaginando que el sol acaricia con suavidad y pasión las tapas de los ejemplares colocados perfectamente en las estanterías… e incluso voy más allá e imagino que cada libro está esperando a su amante quien puntualmente le agasaja con delicados roces, con este pensamiento me acerco al reloj que está en la entrada para verificar mi error, pero, ¡carambolas! No estoy equivocado son las diez de la mañana y no ha venido ni la bibliotecaria a abrir la puerta, esto ya me inquieta…

Me asomo a la calle y me sobresalto al ver la ciudad vacía, ¿qué ha pasado durante este fin de semana?, ¿una guerra nuclear y soy el único superviviente? Corriendo cruzo hasta la acera de enfrente a ver si diviso algo o algún humano que vaya a su trabajo, he cruzado en cero coma, cualquier otro día es una odisea cruzar la calle ya que tengo que esquivar unos cuantos coches, aprovechando el momento en que para ellos se pone el semáforo en rojo para pasar yo, y luego sortear otro montón de pares de zapatos que andan con rapidez por las aceras sin ni siquiera mirar hacia el suelo, ya sé que soy pequeño pero si miraran hacia abajo me podrían ver y esquivar. En la otra acera tampoco hay nadie, me estoy poniendo muy nervioso, empezando a sudar y creo que al borde de la histeria, no comprendo nada, ¿por qué no hay nadie en la calle?

Entre palpitaciones recorro toda la avenida y el parque que rodea la biblioteca, nadie en toda la panorámica que alcanza mi vista. Decido escalar por un árbol, a pesar de que no es mi hobby favorito, al llegar a lo más alto que puedo oteo todo lo más lejos que mi vista alcanza y ¡no veo ni humanos, ni coches! ¿qué habrá pasado?

Opto por ir a casa y conectar la televisión para ver las noticias a ver si me entero de lo que ha sucedido. Por mi parte el viernes entré en casa al acabar mi jornada laboral y no salí en todo el fin de semana, en la biblioteca había conseguido un ejemplar único, el boceto de un clásico antiguo con las anotaciones y correcciones hechas a mano por el propio autor, con esta joya a mi disposición no pude más que recluirme en mi hogar para devorar dicho ejemplar. Al escuchar las noticias no dí crédito a lo que decían, comenta la joven que sale en pantalla que el virus se propaga rápidamente y que se establece estado de alerta y obligan a los trabajadores a mantenerse en casa sin salir excepto para comprar comida y medicamentos durante cuarenta días, los únicos que asistirán a sus trabajos serán los que atiendan los servicios mínimos, como por ejemplo sanitarios, policías, bomberos y los que trabajen en alimentación y farmacias. ¡Carambolas! ¿Qué es eso del virus? Tendré que indagar más.

Me voy a casa de un amigo que vive en pleno centro de la ciudad, por una parte es un disfrute poder pasear sin peligro a ser pisoteado pero por otra estoy muy alterado, ¿qué será de los libros sin que nadie los mire ni viaje con ellos? Esto igual les genera ansiedad, cuando regrese a la biblioteca será lo primero que haga, hablar con ellos para que no se alarmen, aunque antes tendré que saber algo más.

Llamo a la puerta de mi amigo pero no la abre, insisto porque aunque no le he llamado por teléfono previamente para avisarle de mi visita es una hora en la que él acostumbra a estar en casa, ya que normalmente trabaja de noche. Después de llamar varias veces oigo una voz trémula al otro lado de la puerta que pregunta quién es el que llama, “Flop, soy Dix” le contesto, “abre que tengo que hablar contigo urgentemente”, él asoma sus bigotes y me dice que no me acerque a él, que abrirá la puerta pero que yo no puedo entrar, le contesto perplejo:

¡Tío, qué soy tu amigo Dix!

Ya lo sé Dix, ¿es qué no has escuchado las noticias? No podemos salir de casa durante cuarenta días y no podemos tocar a nadie e incluso hay que mantener una distancia de metro y medio con el que esté a nuestro lado.

Flop, eso es solo para los humanos o ¿es qué han dicho que las ratas también nos podemos contagiar? Me estás asustando, ¿qué narices ha pasado este fin de semana con el virus ese?

Pues lo que ha pasado Dix es que un virus ha viajado mucho por todo el mundo y a su paso ha ido matando a muchas personas, y tú, si no pasaras tanto tiempo dentro de la biblioteca te enterarías de más cosas, pero claro tú estás en tu mundo de páginas y tinta y lo demás te da un poco igual.

¡Carambolas! ¿Y cómo ha viajado tan rápido?

Pues dicen que por avión y transporte, hay gente muy enferma y además en todos los países.

¿Y qué vamos a hacer nosotras?

Tú no lo sé, yo no voy a salir de casa durante cuarenta días, no sea que también sea mortal para las ratas.

Gracias Flop, yo voy a avisar a los libros para que no se inquieten por la falta de humanos en la biblioteca, que tengas buen día, querido amigo.

Decidí regresar por otra zona a ver si por el camino encontraba a algún conocido y me informaba de más cosas, durante todo el trayecto no vi a nadie ni conocido ni desconocido. Entré en la biblioteca y a voz en grito llamé la atención de todos los ejemplares, les dije toda la información que tenía en ese momento y prometí salir a buscar más. Los libros se entristecieron mucho, que sería de ellos sin ningún lector que se emocione con sus palabras, incluso hubo alguno al que le brotaron unas lágrimas, yo les dije que era pasajero y que no teníamos que perder la calma sino todo lo contrario, necesitaba ayuda para investigar así que pedí a los más avispados que buscaran información en la red y que al día siguiente la comentaríamos entre todos.

Yo por supuesto todavía no quería irme a casa, sentía una desazón muy intensa, por una parte echaba de menos a los humanos pero por otra era un respiro que no hubieran coches por las calles, seguí recorriendo el barrio a velocidad media para cerciorarme de cuál era la situación, ¡carambolas, estaba todo cerrado!.

Durante los dos días siguientes estuvimos recabando información tanto mis compañeros de trabajo, los libros, como mis compañeros de barrio, las ratas. Al tercer día hicimos una reunión en la biblioteca para poner en conocimiento de todos la información recopilada y así poder analizarla y entenderla. Entre todos se fue exponiendo lo investigado y ahí empezaron las preguntas.

¿Qué va a ser de nosotros?, ¿hasta cuando va a durar esta reclusión?, ¿por qué los periódicos no contagian y a nosotros nos van a pulverizar con un spray porque dicen que podemos contagiar?, ¿qué van a hacer los humanos?, ¿qué vais a hacer vosotras las ratas?, ¿cómo es posible que en el siglo XXI venga un virus tan diminuto que no se ve y paralice todo el mundo?, ¿es un libro de ciencia ficción y sin pedirnos permiso estamos dentro de la novela?

Pues la verdad es que las ratas estamos como vosotros, contesté, no sabemos nada y no sabemos qué hacer, solo tenemos claro una cosa, que no se trasmite a los animales, esto quiere decir que no nos podemos contagiar y no contagiamos a nadie.

¿Y por qué nuestras hojas pueden ser transmisoras? Preguntaron con tristeza los libros.

La verdad es que la información que teníamos hasta el momento era muy alarmante, los encargados de investigar la expusieron con calma y aunque intentaban trasmitir tranquilidad con el tono de voz, la tensión se notaba en el ambiente, nos fueron diciendo que los humanos no salían de sus casas, no iban a ver a sus familiares para no contagiarlos y si se encontraban por la calle con amigos no se acercaban para no ser contagiados ni contagiar, había una gran campaña para que se quedaran en sus casas y así no fueran responsables de contagiar a sus amigos o familiares. “Creo que solo nos queda esperar pacientemente en las estanterías”, dijeron los que habían estado recabando las noticias.

Yo podía sentir la tristeza de mis amigos y no sabía que hacer, lo único que tenía claro es que no me podía quedar de brazos cruzados.

Chicos me comprometo a salir todos los días y cuando tenga novedades os las voy contando, les dije entusiasmado aunque por respuesta solo obtuve un apagado “vale”.

Durante los siguientes días salía temprano de casa para pasear por la ciudad e indagar un poco más y así poder mantener informados a los libros, ya que ellos no tenían la posibilidad de salir de la biblioteca.

Tras varias salidas infructuosas, en las cuales agotaba mis pequeñas patitas, y con la necesidad de hacer algo, decidí ir a los trabajos que permanecían abiertos durante la cuarentena, me metí en un supermercado y todos iban con tapabocas y guantes, casi me da un infarto cuando, a pesar de no ver el rostro completo de los humanos, apreciaba su miedo irracional asomando por encima de la mascarilla. Sus miradas transmitían cansancio y un estado de alerta desconocido para mí, ¿en todos los supermercados trabajarán igual? Para responder a mi pregunta decidí dedicar el día a recorrer supermercados y la respuesta fue sí. Llegué a casa muy agotado, casi roto, no solo por el esfuerzo físico si no también por sentir la densidad del miedo con el que ahora viven los humanos. Después de una ducha restauradora seguí buscando información en la red, parece que el virus viaja demasiado deprisa y la pandemia se instala en todos los países, los humanos están haciendo muchos esfuerzos para salir de esto, ¿cómo podríamos colaborar? Me gustaría ser un ratoncito muy grande y trabajar codo a codo con los humanos para parar a este bicho que tanto mal está haciendo, con este pensamiento me voy a la cama.

CONTINUARÁ…

Puedes leer la segunda parte aquí

Susurros de luz

Susurros de luz, la asociación que hace que las cosas bellas sucedan y además las cuenta.

13 comentarios en «Diario de un ratón de biblioteca llamado Dix, I parte»

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