El legado de Olatz Vázquez
Jose Mª Escudero Ramos, Madrid, 7 de septiembre de 2021
¿Cómo podría comenzar esta historia? Imaginad que a lo largo de los últimos meses hay un tema delicado que cuando alguien te lo menciona tu interior vibra… mi amiga María José me contó que un amigo suyo falleció por la falta de atención médica y la detección tardía de un cáncer. Esto fue pocas semanas después de acabar la cuarentena. Desde ese momento no han sido pocos conocidos que me han hablado de la misma enfermedad en similares circunstancias.
La cosa quedó ahí, esperando a no sé qué en mi interior, una sensación rara que no puedo definir. De pronto, un día de septiembre, leo la noticia del fallecimiento de una joven periodista y fotógrafa que ha narrado desde el primer momento el proceso de su enfermedad: su desarrollo, su calvario y sus ilusiones. Olatz Vázquez se convirtió en la portavoz de aquellas personas que han sufrido esos “daños colaterales”… no voy a hablar de porcentajes de muertos por COVID ni de otras enfermedades, ni de suicidios… otro daño colateral. No quiero hablar de política, de planes iluminati, agendas ocultas ni nada de eso…
Hoy quiero hablar de Olatz Vázquez, la portavoz de aquellas personas que van a urgencias en busca de una solución a su dolor y se topan con unas circunstancias adversas, un mal diagnostico y un viaje de ida y vuelta, como si se tratase de una mala versión de “El día de la marmota”, una y otra vez y vuelta a empezar… y para colmo de males, por culpa de un estado de alarma se retrasan las pruebas que tenía agendadas, lo cual ha podido ser decisivo para el desenlace de su enfermedad.
¿Y por qué hablar de Olatz? Pues no sé, es como si se me hubiese presentado en sueños, justo antes de ir al plano de la luz y me pidiese, con mucha rabia que pudo transmutar en amor, que cuente sobre ella, sobre su último viaje, para que no se vuelva a repetir, para que no haya más “daños colaterales”.
Os invito a que leáis su Instagram o su Twitter, no os dejará indiferente. Es interesante ver el lado humano y sensible de una paciente y de los que opinan sus twits. Hay de todo, hay amor y hay odio, hay preguntas y hay mala educación y respuestas con sarcasmos y buena educación. Será que cada uno representa lo que lleva dentro.
Olatz ha sido muy valiente por mostrarse tal y como se sentía. Seguro que no ha sido fácil para ella pero sí que ha sido una buena válvula de escape. Olatz eligió usar la enfermedad para hacer ver las deficiencias de un sistema que hace aguas, respetando y valorando al personal sanitario pero pidiendo que no se tome a la ligera una visita a urgencias. Somos humanos, nos equivocamos. Lo malo es que no es lo mismo que se equivoque un profesional u otro a la hora de hacer su trabajo.
Lo que esta situación que estamos viviendo me está demostrando es que no debemos perder el lado humano de nuestro ser. Nos bombardean con la inteligencia artificial, el humanismo digital… no perdamos de vista que una de las características más hermosas del ser humano es la empatía, Olatz ha sabido trasmitir muy bien sus emociones, el amor, la rabia, la esperanza y la desesperanza, a través de sus post en sus redes sociales. Su legado, sus textos, sus sentimientos y fotografías están ahí:
(https://twitter.com/OlatzVazquez y https://www.instagram.com/olatzvazquez/)
9 de junio de 2021
–He perdido el miedo a morir, y para mí eso ya es ganar.
-Porque después de un año puedo decir que me siento enormemente orgullosa de la mujer que el cáncer ha hecho de mí.
9 de marzo de 2021:
He pasado meses escuchando a cientos de personas decirme «ánimo, lucha, no te rindas, sigue» a diario que el hecho de decidir parar por unos días era como sinónimo de fracaso. Pero esto no es cuestión de luchar, sino más bien de vivir.
3 de febrero:
Siempre me he caracterizado por estar bien y querer seguir hacia adelante, pero esta vez necesito permitirme el estar mal, sentir rabia, dolor, y frustración, sobre todo mucha frustración.
Hay un movimiento en Twitter por el que la gente etiqueta #UnaFotoParaOlatz, hay muy bellos mensajes y preciosas fotográfias. Olatz escribió en su cuenta el 30 de abril el siguiente Tuit: «A veces vuelvo a ese HT #UnaFotoParaOlatz y recorro desde mi casa cada rincón del mundo que me regalasteis. Me siento muy afortunada de teneros en el camino conmigo. Gracias».
Y así contó su historia en las redes:
«Me llamo Olatz, tengo 26 años y el 9 de junio me diagnosticaron un cáncer gástrico con metástasis abdominal. Estadio IV. Es un enfermedad avanzada que me ha acompañado durante el último año y medio sin ni si quiera yo saberlo. Ni yo, ni las decenas de médicos que visité.
Al principio eran gases, después malas digestiones, quizás dolores menstruales porque, oye, los estaría confundiendo, ¿no? 12 años con la regla cada mes y resulta que soy yo la que confunde dolores menstruales con abdominales… «Será estrés». «¿Periodista? Estás sometida a mucha presión, ya sabes: Madrid, la competencia, las jornadas laborales inacabables… No te preocupes, eres joven y no tienes nada grave».
Estuve un año y medio escuchando que no tenía nada grave mientras dentro de mí vagaba a sus anchas una enfermedad descontrolada. Yo sabía que algo no iba bien. Cada vez me encontraba más cansada. Ya no podía subir ni las escaleras de mi piso de Madrid sin pararme a la mitad. A las ocho de la tarde me metía en la cama, exhausta. Lloraba. Algo no iba bien, pero no sabía el qué.
Harta de idas y venidas en la sanidad pública madrileña, en enero decido que me miren aquí, en Osakidetza. Analítica: un poco de anemia y la B12 baja. «¿Eres vegetariana?» «Sí». «Bueno, será eso». Me recetan hierro y unas ampollas de B12, pero mi cuerpo cada vez responde menos: me costaba vivir, literalmente. Todo era escalar la montaña más alta con 18 kilos de peso a mis espaldas. Ya no puedo trabajar, no puedo con las jornadas laborales, con los viajes, con los vídeos, su edición, su preparación, reuniones. La situación me sobrepasa. Así que decido llamar a mi médico de cabecera: «Necesito cogerme la baja e invertir ese tiempo en saber qué es lo que me pasa». Me la concede. Me traslado a Euskadi. Con una pequeña maleta, porque lo mío no era grave. Pronto volveré a Madrid. «Te voy a dar un volante para una gastroscopia». Leo: ordinario. ¿Ordinario? Después de un año de molestias, ¿ordinario? «Olatz, será una celiaquía o una gastritis; estate tranquila».
Y llega la pandemia. El 14 de marzo se decreta el estado de alarma en España. Los hospitales empiezan a colapsarse, veo en los medios de comunicación que empiezan a aplazarse pruebas, operaciones, consultas. «Me van a llamar», pienso. «Me van a llamar para atrasarme la gastroscopia». Efectivamente. El 20 de marzo suena el teléfono: «Olatz, debido a la alerta sanitaria estamos realizando solo endoscopias de carácter urgente, así que hemos decidido atrasar la tuya al 9 de junio». Hablo con la enfermera. Le pido que, por favor, reconsideren mi caso: que yo no me encuentro bien, que vengo arrastrando síntomas desde hace un año, que he perdido peso, que tengo episodios de febrícula constante, día sí y día también, que estoy preocupada. Me dice que lo va a consultar con el médico especialista y que me llamará. Dos horas más tarde suena el teléfono: «Hola Olatz, hemos revisado tu historial clínico y no te preocupes: tú no tienes nada grave».
Le creo. Es un especialista digestivo; no tengo nada grave. Sin embargo los síntomas se van agravando a lo largo de los meses de pandemia. Acudo a urgencias en dos ocasiones: en una me diagnostican «flojera extrema», en otra, tras una placa, dos ecografías y un TAC, una «enfermedad pélvica inflamatoria». «¿Has mantenido relaciones sexuales de riesgo?», me pregunta el médico. «Ni de riesgo, ni no de riesgo; no he mantenido ningún tipo de relación sexual. Mi pareja vive en otra provincia y estamos confinados», le contesto.
Aun así el diagnóstico es ese y me derivan a ginecología de forma urgente. Ahí me toman cultivos, me hacen una ecografía vaginal y una exploración. «Olatz, no sé lo que tienes pero una enfermedad pélvica inflamatoria no».
Llega el 9 de junio. Acudo a mi cita para realizarme, por fin, la endoscopia. Marco ese día como el final de un año y medio de molestias y de malestar, porque, lo mío era una celiaquía o una gastritis. Pero no. Lo que parecía ser el final se convierte en el comienzo de algo peor.
Despierto de la sedación: me dicen que me llevan a hacer un TAC. Entre los efectos del medicamento no consigo si quiera preguntar para qué. Voy despertando, poco a poco. Un celador me devuelve al área digestiva donde veo a mis padres en la sala de espera llorando. ¿Por qué lloran? No entendía nada. Me piden que me vista y que pase a la consulta del doctor. Algo no va bien. Consigo vestirme y entro en la sala. «¿Quieres que vengan tus padres?». No entiendo esa pregunta, pero le digo que sí. Entran, llorando. Definitivamente algo no va bien. El médico que me había practicado la gastroscopia y la colonoscopia apenas media hora antes me saca una hoja en blanco y empieza a dibujar: «Mira, Olatz, este es tu estómago, y aquí…», dibuja unos círculos, son muchos, «hemos encontrado varias úlceras que no tienen muy buen aspecto». Le pregunto qué quiere decir con que no tienen muy buen aspecto. «Creemos que puede ser algo maligno». Miro a mis padres, vuelvo la mirada a él y le pregunto: «¿Me estás diciendo que tengo cáncer?». «Hay que esperar a los resultados de la biopsia, pero no tiene muy buen aspecto». En ese momento pienso que sigo sedada: que esto es un sueño. No puede ser. «Me dijisteis que yo no tenía nada grave», y baja la mirada.
Me da un volante para Cirugía General para dentro de una semana. Salgo de la consulta: mi madre me coge del brazo, le miro. Mi padre está a mi lado, me mira. Y me caigo al suelo. Grito, lloro. No entiendo nada. «No, no, no, no, por favor, por qué, por qué». Salen corriendo de la consulta el médico y las dos enfermeras que me acompañaron durante la endoscopia. Una de ellas se agacha y me abraza. «Despiértame, por favor, despertadme», le pido. Pero no era un sueño. Mi vida se acaba de derruir como un castillo de naipes.»
Y ahora que ya sabemos su historia podríamos meditar sobre lo que son nuestros planes de vida, o el origen emocional de la enfermedad, sobre el porcentaje de personas que van a sufrir un cáncer en la sociedad actual en la que vivimos… podríamos hacer muchas conjeturas y divagar, elucubrar, escribir cientos de palabras intentando dar sentido a la vida y a la muerte, pero quiero acabar este artículo con una frase trascendental de Olatz: «He perdido el miedo a morir, y para mí eso ya es ganar».
Cuando lo único que tenemos seguro, por el hecho de nacer, es la muerte, tenemos la obligación de apreciar cada segundo de vida, de vivir sin miedo a morir, no tenemos nada que perder y mucho que ganar: la vida. Gracias, Olatz, por tu legado. Hoy tu vida tiene mucho sentido para mí. Espero haberte escrito el artículo que te mereces, haber estado a tu altura.
Sin palabras… Solo sentir…