La mejor dieta
Desam. Ferrández. Madrid, 10 de abril de 2022
Hace días que llevo una dieta que me está sentando fenomenal: Estoy a dieta de emitir juicios. También podría llamarse la dieta de no hablar mal de nadie. Tengo que puntualizar que en esta abstinencia entran también los pensamientos aunque no se verbalicen. Que cada uno haga lo que quiera o lo que pueda; no podría meterme en los zapatos de todos para saber sus vidas y sus porqués y si lo hiciera, como dice el refrán, me metería en camisa de once varas, aunque seguro que de calzar el zapato de otro le entendería mucho mejor o por lo menos le comprendería un poquito más en su forma de actuar.
A veces cuando estamos en una reunión y el juicio empieza a volar libremente de boca en boca, de mente en mente, me doy cuenta y digo “no-no”, aquí no entro, esto no es la tarea que tengo hoy, no voy a contagiarme de ese ritmo de calificativos o descalificativos que no sirven para nada, mejor me salgo de la reunión.
Aparte de esto estoy notando como una extraña calma que se ubica en mi interior que no sé de dónde sale.
Miro a mi alrededor e incluso cuando hay ruido, alboroto, estrés… tengo una calma interna que hasta me hace hablar despacio, sosegada, tanto que a veces hasta yo misma me sorprendo de ese mismo sosiego.
¿Cómo no me contagio del estrés que me rodea? No soy capaz de ver porqué no me contagio y hasta me resulta curioso; me miro hacia dentro y me pregunto de dónde sale esta calma. Miro hacia fuera y hay movimiento, miro hacia dentro y hay calma.
Tengo que decir que mi mente, sin lugar a dudas, tiene más movimiento que la otra parte de donde sale esa serenidad. Esa calma sale de las entrañas, del corazón, de un lugar muy profundo dentro de mí. La mente parlotea y me lleva de aquí para allá. Incluso en la meditación tengo que parar a la mente para que no me saque de mi concentración, eso sí, no me enfado y le digo ahora no, para continuar en silencio, meditando, observando mi respiración y el tic tac imparable del reloj del comedor, solo me tengo que sujetar a esas dos cosas: la respiración y el tic tac. Cuando pierdo la respiración y el tic tac, ya no sé lo que sucede, hay una energía que envuelve mis manos y sube hacia los brazos para envolverme completamente y en ese momento máximo de plenitud en el que me siento súper bien, es cuando aparece la mente con su parloteo inservible -luego voy a poner una colada, luego voy a ir a comprar- ¡qué más da! ya está la mente mandando. Me doy cuenta y le digo “ahora no”, y no me enredo con sus miles de tareas que me manda insistentemente. Vuelvo a la meditación, a ese momento de quietud y de sosiego.
Ahora están de moda los retos, yo he comenzado uno muy particular que espero no tenga una fecha de término sino se convierta, más bien, en un hábito más de los que tengo.
Creo que mi dieta va unida a la aceptación y al respeto tanto hacia los demás como hacia mí, ya que yo soy mi mayor juez. Por favor, le susurro a la inagotable mente; por favor, le digo al insaciable ego; dejadme respirar, soltad vuestro lazo que me voy a tratar muy bien, voy a ser amable y cariñosa conmigo; los dardos cargados de reproches y reprobaciones los voy tirar lejos para que no puedan volver a mi amado templo. Gracias.
Y sigo en mi paz que es donde me siento bien. ¿Hasta cuándo? No lo sé, lo que importa es el ahora. Hoy estoy en calma y con la Dieta libre de juicios. Y tú, ¿te apuntas?
Cuéntame cuántos días seguidos has estado, o cuantas veces has empezado “de nuevo” la dieta.
En realidad no importa la de veces que tengamos que empezar este ayuno de atribuciones libres soltadas desde el ego más destructor, importa darnos cuenta de las flores que salen de nuestros labios.
Gracias y suerte en nuestro desafío.
Hola linda, practico tu dieta y en cuanto me salgo a loa llamados días permitidos, me doy cuenta que me cae pesada la comida y vuelvo a la dieta sintiendo mi cuerpo libre, liviano y conectado en todo mi ser. Gracias por esta belleza!