cuentoJose Mª Escudero Ramos

Leyendas del Paraguay

Escrito por Jose Mª Escudero Ramos. 18 de marzo de 2020

Dedicado a toda mi gente del Paraguay

Misiones, fotografía de Jose Mª Escudero Ramos

Cierto es que las cosas se ven de otra manea lejos del hogar como también que este país tiene realmente algo especial: me encanta Paraguay. He podido leer su historia, he visitado sus museos, observado y escuchado a sus habitantes y algo que todavía intento: ponerme en su piel, sentir su historia.

Hay unas leyendas que me gustan especialmente, una habla del Delfín Rosado, quizás sea originaría del Amazonas pero yo la he conocido en Paraguay, otra habla de un paraíso dónde el maíz crece solo y el ser humano es inmortal: La Tierra sin mal, Yvymarae´ÿ… la otra, bueno, ya la conoceréis.

Cuando los guaraníes vivían como nómadas, antes de ser reducidos a esas misiones que por algo se llaman “reducciones”, se desplazaban buscando el lugar más fértil para cada época del año, esa tierra que tuviese agua, pesca, caza y vegetación de la que obtener frutos. El mango, la papaya (mamón), el limón, la papa, el maíz (choclo), la yuca (mandioca), la tuna, la mbocayá, la mburucaya y todos los animales que pudieran cazar, el koatí, el carpincho o pescar, el surubí…

Paraguay es una tierra en la que hay muchas cosas para meditar, todavía puedes ver a la gente estando a la fresca, viendo pasar el tiempo, pensando en nada más que en disfrutar su tereré. Ese puede ser el verdadero sentido de la vida, disfrutar del presente sin sentirse culpable por disfrutar de un momento de no hacer, aparentemente, nada. El “no hacer” por el que nos dejamos la piel en otras partes del mundo trabajando a destajo para conseguir una jubilación en la que poder hacer nada.

El no juicio, el vivir sin prejuzgar, nos invita a vivir la vida como observadores independientes y así podremos aprender de cada experiencia. Si viajamos haciendo caso de los estereotipos de cada país al que queremos ir, posiblemente no saldríamos nunca de casa.

Me encanta viajar, me encanta conocer nuevas cosas, tener muchas experiencias y poder compartir todo lo aprendido a través de cada una de ellas.

El delfín rosado

La historia del delfín rosado nos habla de un tipo de delfín típico de la zona del Amazonas en la época pre-colonial.

Algunas noches, especialmente en el mes de junio en una aldea próxima al río aparece un joven muy elegantemente vestido, lleva un sombrero de paja, dicen que es el delfín rosado que aprovecha las noches de luna brillante para salir del río encarnado como un hermoso galán, lleva sombrero para tapar el característico orificio ventilador de los delfines.

Aprovecha las fiestas de junio para enamorar a alguna jovencita: bailan, beben, la seduce, pasean por la orilla del río, duermen juntos… a la mañana siguiente el galán no está y la joven regresa a casa sola y tristemente enamorada. Al cabo de unas semanas la joven descubre que está embarazada.

Esta creencia está tan arraigada que cuando una joven queda embarazada “por el galán de sombrero de paja” toda la tribu se hace cargo del bebé y de la madre.

Me parece una historia preciosa… toda la tribu cuida de la madre y del bebé sin juzgar… ha sido el delfín rosado…

La Tierra sin mal, Yvymarae´ÿ

Otra leyenda habla de Yvymarae´ÿ o “Tierra sin mal”. Dicen que los Tupi-Guaraní eran una de las etnias de guaraníes que hay entre Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia y Paraguay. Ellos creían en la existencia de una Tierra dónde no existía el mal, se podía llegar de dos formas, muriendo, una vez desencarnado, si es que has vivido sin tacha, vas a un lugar en el que no hay que trabajar, los frutos crecen solos, no hay sufrimiento… una especie de paraíso. Otra forma de llegar a la Tierra sin mal sin tener que llegar a morir, es viviendo correctamente y entregando tu vida a una misión.

El Karai, el chamán, de la tribu, quien tenía poderes para hacerse invisible o devolver la juventud a las mujeres, era el responsable de guiar al pueblo. Lo que me llamó la atención de esta historia es que según dicen, la Tierra sin mal estaba al Este, y ellos iban al Oeste. Podría ser que creyeran la versión de que esa tierra buscada estuviera detrás de las montañas…

Si saben que la tierra sin mal está en el Este ¿por qué van al lado contrario? ¿Será por esa extraña creencia de que el infierno es aquí, en este planeta donde vivimos y según vamos caminando por el camino de la vida vamos cambiando el infierno por el cielo según “vamos viviendo sin mancha alguna”, viviendo según nuestra misión?

Misiones. Fotografía de Jose Mª Escudero Ramos

 

Aramí y Yaguatí

El fin del mundo no va a llegar por una gran guerra si no por la ausencia de ellas, por la paz. Cuando todo el mundo reconozca su esencia de amor, entonces supondrá el fin al mundo materialista tal y como lo conocemos para llegar a uno nuevo, más espiritual, en el mismo plano pero en otra dimensión.

Yaguatí era un niño guaraní de la zona que ahora se conoce como Paraguay. Era fuerte, inquieto y muy curioso. A sus 11 años siempre soñaba con ser el gran guerrero que trajese la paz a su pueblo. No es que fuese un pueblo guerrero, todo lo contrario. Sus ancestros eran nómadas precisamente porque no les gustaba pelear y en cuanto se percataban de cualquier conflicto, se iban corriendo a otro lugar. Eso les hizo ser muy resistentes pero cuando los “hombres del otro lado” les intentaron enseñar a vivir en ciudades a las que llamaban reducciones, todo cambió.

Viviendo nómada un pueblo recorre el territorio en busca del lugar más cálido, el que tenga fruta, animales y calor poder comer y protegerse. Si se sentía peligro o los frutos no eran abundantes, se iban a otro lado. Eso servía para no sentirse dueños de la tierra que nos ofrece todo naturalmente, como agradeciendo que seamos sus huéspedes.

A Yaguatí le gustaba mucho correr y jugar por la selva, iba solo con su machete el cual usaba para cortar alguna liana o defenderse de algún animal, bueno, en verdad era demasiado inocente como para asustar ni a una mosca, pero se sentía feroz alzando el machete y gritando con su cara teñida como la de un guerrero.

Tenía prohibido salir solo de la pequeña ciudad de piedra a la que denominaban reducciones, este nombre venía dado por el cambio de costumbre al reducir su ámbito de movilidad a un espacio cerrado, ellos eran nómadas desde sus más antiguos ancestros, pero vinieron los hombres del otro lado y fueron adquiriendo otra forma de vida.

Antes de vivir en las reducciones eran muy pacíficos, de hecho, el ser nómada y no tener nada por lo que matar les servía de escusa para correr siempre que veían conflictos, no eran cobardes, simplemente no querían peleas. Si vienes a guerrear, se van, nomás. Su mayor enemigo era una tribu de bandeirantes, estos llegaban a la pequeña aldea y saqueaban lo que podían, los guaranís ya no podían irse porque tenían casas que proteger, huertas talleres, la forma de vida ha cambiado, el progreso tiene su lado bueno y su lado malo.

Una tarde Yaguatí salió de su aldea tal y como solía hacer, corrió por la selva ajeno a todo peligro. Jugaba, reía, hablaba con su amigo imaginario cuando de un salto se engancho con unas raíces, empujó unas piedras y quedó atrapado entre ellas. El golpe no fue muy fuerte, tenía raspaduras y aparentemente una pequeña contusión, el problema es que no podía separar las piedras que le tenían atrapado. El machete cayó lejos de donde se encontraba y por muchos esfuerzos que hiciera, no podía alcanzarlo, eso le hubiera servido de palanca para poder zafarse. Para males mayores, escuchó como a una serpiente merodear por allí. Los guaraníes tienen muy buen oído y saben diferenciar los sonidos de la selva. Yaguatí se comenzó a poner nervioso, se estaba asustando. No podía alcanzar el machete ni para zafarse ni para defenderse. Miró hacía el lugar de donde provenía el sonido, le pareció ver una serpiente… De pronto una niña de su misma edad saltó frente a él, era de la tribu de los bandeirantes, llevaba otro machete en su mano, se miraron a los ojos, Yaguatí estaba asustado. Ella alzó la mano, pego un pequeño grito mientras bajaba el machete a la vez que la serpiente saltaba hacía el pequeño Yaguatí. Cuando la serpiente estaba a pocos centímetros de la cara de nuestro pequeño amigo la pequeña guerrera corto la cabeza del animal. Con el machete todavía manchado con los restos de la boa, hizo una palanca y pudo sacar el pie de su nuevo amigo de entre las rocas.

– Hola, me llamo Aramí.

El pequeño guerrero estaba entre sorprendido, asustado y rabioso… no podía creer que una desconocida haya podido rescatarle, una niña, y menos de otra tribu diferente.

– No tengas miedo, me llamo Aramí. Estoy de paso con mi tribu. No te voy a hacer daño… por cierto, no hace falta que me agradezcas el que te haya salvado la vida.

– Yo _se quedó callado unos segundos_ eeeh… Gracias por lo que has hecho. En verdad estaba a punto de irme, tenía casi el pie fuera…

– Ya, claro, por eso tengo mi machete manchado_ dijo mientras agarraba el de Yaguatí para acercárselo.

– Bueno, está bien, gracias por salvarme la vida. Me imagino que estoy en deuda contigo. Tengo que salvarte la vida ahora yo a ti.

-Que gracioso eres. A mi no me va a hacer falta tu ayuda, yo me cuido sola _ Aramí hablaba mientras juntaba unas hojas, las trituraba y hacía una masa con barro, mezcla de arena y saliva_ ahora te voy a poner esto en esa herida y contusión.

Yaguatí se echo para atrás y cojeó levemente.

– No me hacen falta tus cuidados_ dijo bruscamente mientras Aramí se agachó para poner sobre su tobillo un poco de su mezcla sanadora_ ¿eres sanadora?

– Soy hija de chamán, en verdad todos podemos sanarnos, la fuerza más maravillosa y sanadora del mundo es el amor.

A Yaguatí le pareció un poco cursi ese discurso pero escuchaba atentamente mientras se dejaba mimar. Aramí consiguió que se calmara y accediese a sus cuidados. Según Yaguatí observaba a Aramí, veía una belleza especial en ella, no solo física, en verdad sentía una especial admiración, como si viese algo más que un cuerpo físico…

– Me llamo Yaguatí y soy hijo de guerreros- se inventó el muchacho.

– Encantada, Yaguatí. Ya nos hemos presentado, ahora podemos ser amigos.

– ¿Hace mucho que estáis por aquí?

– No, vamos siguiendo el rastro de la caza y las estaciones, seguimos una ruta natural para vivir nómadas.

– Cuenta mi abuelo que nosotros también vivíamos así, viajábamos siguiendo la ruta de una estrella,

– La estrella del Alba.

– Sí, Tenemos algo en común… lo mismo nuestros ancestros eran familia, lo mismo nosotros… no, olvídalo.

– Lo mismo somos familia, Yaguatí…

La atracción de las energías era patente, se gustaban. Según iban conociéndose más, mayor era la atracción. Como Yaguatí se había ido al bosque sin permiso nunca pudo contar en casa que había conocido a una bandeirante, que resultaba ser la tribu enemiga de los guaraníes.

Yaguatí y Aramí quedaron muchos días en el mismo lugar donde se conocieron pero jamás hablaban de cosas de mayores ni se contaban nada de sus tribus porque no querían comprobar si eran enemigas, para ellos la amistad prevalecía sobre la raza. Hicieron un pacto, nunca hablarían de sus tribus.

Cuando estaban juntos jugaban y se divertían pero también se contaban cosas de la familia, de cómo viven, se hacían preguntas sobre el mundo, lo que sienten al ver las estrellas brillar. Tenían conversaciones muy profundas para ser tan niños.

Un día, Aramí llegó muy nerviosa al lugar de encuentro.

Aramí, ¿que te pasa?

Yaguatí, tengo que contarte algo sobre mi tribu.

. Me temo que no va a poder ser, nos hemos hecho una promesa… nada de hablar de cosas de las tribus…

Esto es importante, tienes que escucharme, he escuchado una conversación. Hoy mi gente va a atacar a la tuya, somos enemigos.

Yaguatí grito tan fuerte que el grito se escuchó en toda la selva… Su voz de pronto había cambiado de niño a adolescente…

– Nooooo, has roto la promesa, no podemos hablar de nuestras tribus, ahora somos enemigos… noooo.

Y se fue corriendo lleno de rabia… no podía decir en la aldea que conocía a una bandeirante y que era buena. Esperó junto a los suyos al ataque enemigo. Estaba pintado de guerra y tenía que defender su poblado, llegó el día de demostrar lo buen guerrero que era. En sus ojos se querían mostrar unas lágrimas que querían salir pero eran retenidas por una rabia infinita. No entendía nada… Escuchó una susurrante voz de alerta, el vigía advertía la presencia de los bandeirantes. Preparados para defendernos… y al otro lado del muro una tropa corriendo y gritando “al ataque”…

Cuando estaban a punto de entrar en combate, Aramí y Yaguatí saltan con agilidad sobre el muro que separa la reducción de la selva, cada uno lleva su machete en sus manos. Se miran a los ojos con intensidad… Se agarran de las manos y miran cada uno a los miembros de sus respectivas tribus diciendo al unísono unas palabras que no estaban preparadas pero que demostraban cómo de unidas estaban sus almas puras:

¿Seréis capaces de matar a vuestros familiares?. Tenemos un mismo origen, nuestros ancestros compartían hoguera y comida. Nos guían las mismas estrellas, sentimos el mismo amor los de un bando y los del otro ¿de verdad es necesario seguir odiando?, ¿de verdad es necesario seguir matando? Somos el fruto de un mismo amor que va más allá de una raza, un terreno o una idea.

Mientras los pequeños valientes guerreros hablaban, los aguerridos combatientes mostraban su lado más sensible, algunas personas no podían contener las lágrimas mientras soltaban las armas. Las mujeres salían de las pequeñas casas de piedra por un lado de la muralla y por el otro la misma escena, los hombres soltaban las armas, las mujeres llegaban felices al encuentro de paz, había llegado el momento de una paz que no se firma, se vive.

Los miembros de ambas tribus se unieron en abrazos y manos apretadas, unos se secaban las lágrimas, otras reían y nuestros pequeños pacificadores miraban la escena orgullosos.

-Aramí, perdona por haberme ido así… te quiero demasiado como para perderte.

– Yaguatí, siento haber roto mi promesa… pero me alegro de haber conseguido mandarte con la mente mi idea de pacificación…

-Venga, no has sido tú… yo me fui corriendo pensando justamente eso, mandarte a través de mis pensamientos la idea de pacificación…

– Sí, seguro…

Y bajaron del muro con esa pequeña discusión de haber quién tiene más poder…

– Si es de paz, rige el lado femenino del cerebro_ dijo Aramí_ mientras le guiñaba un ojo a Yaguatí.

Desde entonces reina la paz en esa región del mundo. Hay terrenos para construir casas y cultivar huertos para que todos puedan vivir en la abundancia. Todos se respetan, se aman y se enseñan cosas para hacer de su comunidad el mejor mundo para vivir.

La leyenda de Aramí y Yaguatí no es real, en verdad sentí esa historia cuando estuve de visita por misiones. Meditando entre las ruinas de las reducciones me visualicé corriendo por esas selvas como lo hacía Yaguatí, y me vino esta historia a mi mente y a mi corazón, quién sabe, lo mismo conecté con una de mis vidas pasadas, quizás con un ancestro ¿Y si fuese descendiente de Aramí y Yaguatí?

Hay lugares en el mundo que te inspiran ternura, que te recuerdan la esencia de lo que realmente somos o quizás de cómo deberíamos ser una vez que se vuelve a la vida cotidiana.

Gracias, Paraguay, por todo lo que me has enseñado.

Susurros de luz

Susurros de luz, la asociación que hace que las cosas bellas sucedan y además las cuenta.

2 comentarios en «Leyendas del Paraguay»

  • Maravilloso José todo lo que sale escrito de tus manos….y de tu intención de que llegue a todos nosotros…Enhorabuena por tu sentir y gracias por compartirlo. Es, realmente, un honor. Abrazo cálido.

    Respuesta
  • Realmente bellas estas leyendas.
    Aramí y Yaguatí… se me humedecen los ojos…
    Muchas gracias por compartirlas.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *