Mercadillos
Desam. Ferrández, Madrid, 29 de mayo de 2022
Ir a comprar al mercadillo es toda una experiencia. Quizás no encuentres lo que andabas buscando, sin embargo, si lo recorres como observador, sintiendo y viviendo lo que te rodea, sintiendo esas energías que revolotean de parada en parada y que uno, yo en este caso, siento en mis propias carnes y cuero cabelludo, puedo llegar a pensar que quizás sean egrégores (cúmulos de energía) o simplemente la energía de la necesidad. El caso es que me voy rascando hasta que salgo del tumultuoso gentío y del propio mercadillo. La necesidad de vender, de vender más que tu vecino; la necesidad de atraer gente porque no hay nada que atraiga más visualmente que un puesto con gente alrededor, la ley de la atracción. Si hay multitud agrupada creo que lo que venden allí es lo mejor y me acerco, me atrapan. Me atrapan esas energías de compra y me dejo embaucar comprando un poco de esto y otro kilo de aquello.
También como observadores podemos observar los distintos tipos de lenguajes tanto verbales como físicos, las diferentes entonaciones con las que cada uno nos comunicamos, hay incluso quienes no hablan con nadie, parece que hablan con ellos mismos para así convencerse de que eso no es lo que están buscando.
Otra cosa llama mi atención, cosas que no están en su lugar, objetos desaliñados, desparejados, las cosas en el suelo que han caído porque una gran ola de manos están revolviendo un mostrador donde el que más revuelve es el que encuentra la pieza mejor, la gran oferta, la baratija deseada.
Me impactan los diferentes colores y olores, en cada época el mercadillo huele a una cosa. Hoy olía exageradamente a cilantro; manojos y manojos de cilantro impregnan el aire gracias a las manos que los manosean para escoger el de abajo y así llevarse el mejor, el que nadie ha tocado, golpeando al de arriba hasta que solo queda él… y a falta de más donde elegir se tienen que llevar finalmente ese, el que todo el rato ha sido rechazado y maltratado. Me llegan olores de verano, olores de sandía, de melón cortados a rodajas y a cachitos para que se pueda degustar la miel de la dulce fruta que puedes elegir para llevar a tu mesa.
Los mercados nos ofrecen montañas de ropa de temporada y de fuera de temporada, como ese abrigo de súper oferta que no quieres ni acercarte a él por el calor que da nada más verlo. Veo ropa de estampados diversos, pantalones, faldas y vestidos maravillosos, con tacto sedoso y de tela ligera para que no de calorina en la nueva temporada de verano. Esos colores divinos que podría decir que se han copiado de las frutas de la temporada como el albaricoque, la cereza, la sandía…
En el mercadillo nos ofrecen telas floreadas junto a sandalias frescas y novedosas, o abanicos, imprescindibles para el calor del tiempo estival. Intentan convencerme diciendo que si no me los llevo me voy a arrepentir, porque el calor viene apretando ya con fuerza.
También observo la cantidad de gente que anda aprisa y despistada mirando solo el mostrador y pisándote sin querer. Una mujer, sin darse ni cuenta de que su carro se ha enganchado con mi pie, sigue tirando de él como si le fuera la vida en ello y dejar de tirar supusiera perder dicho vehículo.
He podido comprobar la destreza del vendedor que, a pesar de la multitud de manos que salen de entre los costados de la gente que hay en primera línea, avispado observa y controla para que no le falte nada, para que sobre todo, luego no le falte nada de dinero en su cajón. Ese cajón que por lo menos tiene que juntar el sueldo del día, el que tanto necesita para su vida y, aunque quiere que todos vendan, él quiere ser el que más ventas realice.
Observo las razas diferentes que se entremezclan en el mercadillo, todos se aceptan, todos son compradores potenciales. A veces no entendemos el idioma y otras veces sin entender ese idioma entendemos todo lo que quieren decir, porque vale más un gesto que mil palabras y con ese gesto se entiende perfectamente si le gusta o no le gusta, si lo compra o no lo compra.
El vendedor solo quiere que el género que lleva guste, que te guste, que no pases a la siguiente parada, que te pares ahí.
Y así puede ser la visita a un mercadillo, mirándolo como observador, con la atención plena que requiere este presente vigente.
Y tú, ¿cómo compras en el mercadillo?
Te invito a que disfrutes de los miles de colores y olores con que nos regalan los mercadillos, esos que satisfacen nuestras percepciones con su perfecta presentación, como si de un escaparate del mejor negocio se tratara, atractivamente expuestos para agradar a nuestros ojos y a todos nuestros sentidos.