Oscuro
Relato escrito por Desam. Ferrández, Madrid, 25 de agosto de 2023
Oscura, la noche está oscura. La tenue luz de la calle tenía que estar apoyada por el blanco de la luna, pero esta se encuentra medio tapada por negras nubes que presagian tormenta.
Recién arrojada del autobús me dirijo de Hidrógeno a Elisa, me siento cansada y vieja como el mismo barrio por el que regreso a casa. Las calles que recorro todos los días hoy están particularmente silenciosas, sucias y malolientes, el verano intensifica los aromas urinarios que se dispersan por doquier.
Por delante de mí, a una distancia prudencial, solo veo a un joven tan negro como la noche, embutido en una camiseta de tirantes de blanco intenso, por las dimensiones del blanco deduzco que es alto y fornido. Mi vista no se aparta del hombre, no se que tiene que me llama tanto la atención, quizás sea que es lo único que se mueve delante mío, ya que la noche está más pesada que de costumbre.
Los dos recorremos la calle con poco ánimo, arrastrando nuestra propia sombra, sin prisa por descansar en un jergón vacío y árido como la noche.
De golpe se asoma un brillo espeluznante. Me paro. De un portal sale una larga y blanca arma, que desaparece en el negro costado.
Quiero no estar ahí, quiero correr en dirección contraria al arma blanca, pero mis piernas están pesadas y no responden, mi mente me dice “¡Mati corre!, corre, Mati” y sigo clavada en la misma baldosa sin poder hacer nada más que temblar y oler la cercana muerte.
El joven cae al suelo cual saco pesado.
Unos ojos rojos se asoman del portal a la acera para verificar que nadie ha visto el incidente, y se tropiezan con mi miedo. Creo que mi corazón se va a parar porque no podrá resistir tantas pulsaciones, quiero que se pare ya pero parece que mi cuerpo ya no puede responder a ninguna orden y, con el pánico clavado en la baldosa, se resiste a hacer nada más que cerrar los ojos para no ser visto en medio de la siniestra calle.
¡Mati, corre!, insiste esa voz que no sé de donde sale y que es incapaz de mandar la orden a las piernas. La voz me grita “corre, Mati”, los rojos ojos me han visto y empiezan a bajar por la calle todavía con el cuchillo en la mano. En dos zancadas tengo a un enorme hombre blanco delante de mi tembloroso cuerpo. Mi orina cae caliente entre mis piernas y se va a reunir con el resto de orines diseminados por la apestosa acera, y no me importa.
Cuando creo que voy a sucumbir al terror de sentir clavarse un cuchillo en mi pecho, un ruido sordo y fuerte rompe la silenciosa noche, no soy capaz de reconocer qué es ni de dónde viene ese crujido, solo me doy cuenta que el enorme blanco cuerpo se cae hacia a mí y en ese momento una voz que no conozco me grita “¡aparta!”.
Mi cuerpo obedece a esa voz y es capaz de reaccionar al alarido para, de un salto, tirarse al asfalto y librarse del hombretón. Este cae como a cámara lenta delante de mí, mientras intento entender qué ha pasado.
Al otro lado, el joven negro de camiseta, ahora blanca y roja, me habla fuerte y rápido. Sigo en shock y no entiendo lo que intenta transmitirme. Antes estaba clavada en una baldosa y ahora estoy clavada en el asfalto, mirando al hombre que insiste en hacerse entender.
Vuelve la conexión cerebral a mi cabeza y por fin comprendo las palabras que me dice hasta formar la frase completa que me hace reaccionar. “Llama a la policía” es lo que me ha repetido insistentemente su voz. Consigo ver la cara del individuo cuando empieza a caer hacia el suelo por la sangre que sin cesar brota de su herida.
En la calle no hay nadie más, yo soy incapaz de procesar y dar el aviso para que nos socorran. Un grito sale de una ventana, me da la voz de alarma para que haga algo y mi cabeza me dice, “Mati, llama a la policía, nadie se va a implicar”. Me muevo despacio, casi a ralentí, hasta que mi mano saca el móvil del bolsillo del vestido y marco el teléfono de emergencia para, a continuación con un hilo de voz, pedir auxilio.
Cuando llegó la policía yo también estaba en el suelo, mis piernas se aflojaron de la tensión y caí de bruces sobre la sucia calle, esperando a recuperar fuerzas para levantarme y abandonar el lugar.
Por la acera baja un río de sangre, parece que esa sangre no fuera conmigo y he sido testigo en primera línea de todo. La conmoción no me deja procesar, que digo la conmoción, voy a decirlo por su nombre, el miedo.
El miedo es el que me ha atenazado todos los nervios imposibilitando ninguna reacción. Si hubiera estado en la selva hubiera sido comida de león.
Después de días, mi recuerdo de los hechos es abstracto, envuelto, como la luna blanca, por las negras nubes que la cubrían aquella noche que se convirtió en la más oscura de mi vida.