Pajarillo ¿hasta dónde llega la repercusión de una acción?
Desam. Ferrández nos regala un cuento para reflexionar.
Érase una vez un grupo de niños que iban jugando por la calle, se dirigían al campo de fútbol que ellos mismos habían construido con muchas ganas, maderas y piedras de diferentes tamaños junto con mucha imaginación.
De camino se encontraron un pajarillo diminuto muerto en la acera, se acercaron para ver si se movía, mientras la mayoría decía que no lo tocaran, con muecas y cara de asco, otros decían “está muerto dejarlo en paz, no lo toquen”. Uno de los chicos se acerca más al pajarito y les explica a sus compañeros que él vio en una película que cuando le pones la mano encima del pájaro, este comenzaba a entrar en calor y al poco se movía, mientras les decía esto a sus compañeros él se arrodillaba al lado del polluelo y le ponía la mano encima del animalillo.
En ese momento se hizo un silencio, en el mundo de los adultos hubiéramos dicho ha pasado un ángel, sin embargo los niños enmudecieron de simple expectación, hasta que se dieron cuenta que el pajarito después de un rato no había movido ni una pluma y comenzaron a opinar con sus vocecitas alegres, eso solo pasa en películas decían unos, otros decían ¡va! ¡¡¡Vamos a jugar!!!
El niño que tenía la manita sobre el pajarito sabía que algo había sucedido, aunque no sabía explicar exactamente qué había sido, ya que el pajarito realmente no se había movido ni un poco, agarró con suavidad al pajarito, lo dejo próximo al tronco para que los viandantes no lo pisaran y se fue corriendo del lugar para alcanzar a sus compis de juegos.
Los compañeros le preguntaron si se había lavado las manos luego de tocar al pájaro muerto, con cara de “no te acerques a nosotros hasta que no te laves las manos”, aunque al mismo tiempo ya le estaban pasando el balón, olvidando inmediatamente el asco que ellos mismos se estaban produciendo.
Los niños jugaron y se olvidaron del pajarillo totalmente.
Sin embargo, sí había sucedido algo… son esas cosas que suceden con mucha sutileza y solo un observador enfocando la vista justo en la dirección adecuada es capaz de ver, pues los niños no vieron escondida en el árbol a la mamá del pajarito y por supuesto no vieron lo que sucedió, la única que si lo vio fue la pajarita y envió bendiciones al niño que tan cariñosamente posó la manita encima de su retoño, porque gracias a este acto de amor, el alma del pajarito salió del cuerpo inerte para volar dirección al infinito, pasando por el nido y dándole un besito a su mamaita, diciéndole “mami, nos volveremos a ver” y la mami reconfortada le decía a lo que había dado vida a su bebé: “cuando quieras, cariño, siempre te esperaré” y así un acto doloroso se convirtió en un acto de amor, solo por una breve atención y una manita que ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, ni lo que podía suceder.
Por eso no sabemos, ni somos conscientes, del alcance de nuestros actos, de lo que no tengo ninguna duda es que si obramos con amor quizás ayudemos a volar alto a otro ser y como dice el refrán “haz el bien y no mires a quien”.
Seguro que a ti también te ha hecho recordar un acto de esos que haces de forma automática y luego con el tiempo te das cuenta de la repercusión que tuvo.
Gracias por esos pequeños actos que reconfortan tantos corazones.