TIERRA
Desam. Ferrández. Madrid, 8/8/2023
Mi tierra, esa que añoro cuando estoy lejos. La misma que dejan atrás y añoran los emigrantes quienes, por circunstancias diversas, tienen que marchar a otra tierra.
Creo que a la Tierra le encanta la mezcolanza, diferentes razas, diferentes palabras, diferentes experiencias, en las que el potenciador de la vida es el amor, el mismo ingrediente en todos los lugares. Me atrevo a asegurar que le gustará esa mezcla de humanos de diferentes razas, porque ella no puso fronteras y diseminó la riqueza por igual. Cuando hablo de la riqueza de la Tierra, por supuesto, no me refiero a la riqueza económica, si no a la riqueza natural.
Los humanos somos los que ponemos las barreras; la riqueza se la reparten entre algunos, dejando así la pobreza amontonada en diferentes zonas.
La Tierra, entre su azul y su verde, acoge a todos los seres por igual, todos jugando en el mismo lugar, sobre el mismo césped, aunque en diferentes tableros.
Cada uno con su juego particular, unos mueven las fichas al azar, otros se dejan empujar y al final para todos la misma recompensa, estar bajo tierra y oler el perfume embriagador de la tierra mojada, de la tierra fértil, con sus habitantes subterráneos y sus habitantes alados que pasean por doquier sobre aquel que yace feliz, porque lo único que se enterró fue la cobertura humana para recuperar al fin la libertad del alma, que sin cuerpo, esta se vuelve etérea e inconmensurable, ya no dispone de límites porque no hay límites que la sostengan y entonces se expande con toda su magnitud.
La Tierra, lugar de encuentros, lugar de películas, lugar donde los “marcianos verdes” se tropiezan con “ancianos de dedos alargados” que señalan hacia el cielo diciendo “mi casa” o “mi tierra” señalando a un lugar lejano en el horizonte. Curiosa visión, cada uno es de una tierra diferente.
En el planeta Tierra, según dicen algunos humanos con cierta sensibilidad, conviven todas las vibraciones habidas y por haber en la existencia, haciéndola así mucho más amistosa y colaboradora. Aunque a veces no lo parezca.
La Tierra, lugar donde el cóctel de minerales en estado bruto son preciosos, los cuales el humano recolecta, pule y después de ese tratamiento es cuando las denominan piedras preciosas, luego de arrancarlos de la tierra y de tratarlos con calor, seguramente el alma de esas piedras huye intentando escabullirse de la alta temperatura. Es entonces cuando les ponemos la etiqueta de piedra preciosa. Pienso que cuando es realmente preciosa y divina, como la vida, es antes de arrancarla de su entorno. Los humanos, para embellecernos con esos cultivos naturales, jugamos con nuestro poder y maquinaria.
La Tierra, ¿cómo no amar a este globo gigante?, qué más da el formato que tenga si es un gigante amable y hermoso que quiere a todas sus criaturas y que las alimenta cual madre amorosa.
Cómo no amar a los seres que viven en esta Tierra, cuando están como yo, viviendo su presente actual o quizás proyectados en algún sueño magnífico: cómo no amar a ese bello ser que juega a los disfraces, cada cual con su peluca particular y su atuendo diferente para poder mostrar cuál es su propia personalidad.
Aunque si he de ser sincera diría que hay momentos en los que me es más fácil amar a cualquier animal, incluso a los más salvajes o a los más repugnantes para el hombre, que al propio humano, ya que a veces por motivos que no llego a entender, devora al prójimo sin conciencia ninguna. Alguien dijo que lo importante es amar al prójimo como a uno mismo y yo os aseguro que lo intento y que casi, casi lo consigo.
Aspiro a llegar a amar a toda la humanidad sin juicio, sin crítica y cuando llegue a ese punto de superación particular, deseo estar bajo la tierra húmeda perfumada y fértil y ese será el fin… de mi partida.