Vagabundos de Carmen Neri

Vagabundos de Carmen Neri

Me desperté triste, tocaba poner en orden mi vida. Empecé organizando mi armario; saqué la mitad de mi ropa y por la tarde decidí llevarla a la parroquia de la esquina de mi casa.

Llegué a las cinco menos cinco, abría a en punto. La parroquia, contigua a su iglesia, estaba rodeada por un pequeño parque con varios bancos donde se hallaban dos vagabundos. Uno de ellos, muy amablemente, me sugirió que, si tenía prisa, él podía dejar la ropa cuando abriese.

Comenzamos a charlar y se me ocurrió ofrecerle ropa, la poca que era de chico y podía caberle. Le transmití que lamentaba que el resto de ropa fuera de chica, a lo que me contestó que era una lástima, pues no se había depilado.

Me senté con Santiago a fumarme un cigarro y poco después se acercó Dumitri, un señor menudo y castigado por la vida, de origen rumano. Se instaló junto a mí a la vez que me comentaba: “Querida Carmen, tú y yo vamos a hacer negocios”. Asombrada, no supe bien qué decir; pero él, sin esperar respuesta, sacó un papel que decía: ‘El Pinchador de Aceitunas’.

Ante el aperitivo clásico español que siempre compartimos, las aceitunas, y frente a la crisis de la Covid-19, Dumitri había decidido patentar un tenedor con palillos lavable, mediante el cual podemos seguir compartiendo este aperitivo sin peligro de tocar las aceitunas que no nos corresponden. Creo que estaba escrito de manera sarcástica, pero por si acaso me mantuve en silencio y nos reímos. También me comunicó otro experimento relacionado con los postes de la electricidad que no creo haber entendido.

Santiago, que se había ido al baño, volvió con diez libros infantiles que encontró encima de un contenedor. Uno a uno los fuimos abriendo y leyendo conjuntamente. La primera historia hablaba de un dragón solitario, y cuando fue obvio que se trataba de un dragón triste, pasamos a la siguiente. Otros libros contenían imanes de bomberos y de distintos personajes de Disney. Con los apagafuegos, Micky, Minnie y el pato Donald inventamos distintos escenarios en los que nuestros protagonistas dialogaban. La cultura de Santiago era asombrosa… Dumitri, por su parte, no parecía haber crecido con los mismos juegos; aun así, intentaba participar. Otros libros estaban rotos, y a Santiago se le escapó que, cuando era profesor, con unas tijeras y pegamento lo podía arreglar, pero ahora carecía del material.

Otros libros, cuadernos para colorear y no para colorear, estaban mal pintados con una línea de la que pronto parecían haberse cansado los niños. “Una pena, pintados no se pueden vender”. Esta frase me devolvió a la realidad en la que se encontraban mis nuevos amigos. Santiago había sido profesor, por lo que decidí indagar más respecto a su situación. “Oye, ahora con esto del coronavirus se necesitan muchos más profesores, ¿por qué no lo intentas?” A lo que me contestó que para eso hacían falta unas oposiciones. “Ah, ¿pero no las tienes?” Pensativo, me respondió que él no había sido profesor de colegio exactamente, sino de los que se encargan de los grupos particulares por las tardes tras el colegio. Empecé a dudar de la veracidad de todo lo que me habían contado ambos, uniéndome a la corriente sobre esta gente que miente más que habla, algo habrá hecho para estar en la calle… Instantáneamente, borré ese pensamiento de mi cabeza. ¿No es lo más normal del mundo, entre cualquier ciudadano español, exagerar sobre lo que uno ha hecho en la vida? Sobre todo, para buscar trabajo.

Les comenté que acababa de llegar de Inglaterra y tenía que regresar a casa de mis padres. “Bueno, al menos tienes casa”, añadió Santiago de manera burlona. “Ya, pero sin mi propio espacio”, objeté. “Encima ahora ando buscando trabajo”. Al enterarse de que estaba parada, intentaron ayudarme. Dumitri me recordó que íbamos a hacer negocios juntos. Él ahora no tenía papeles, pero en donde iba a pincharse una vez a la semana el medicamento para la ciática, le habían prometido que le concederían el NIE para poder acceder a algún puesto.

Santiago me sugirió que probase en Amazon, creo que de moza de almacén, que andaban buscando gente. Yo le contesté que por qué no lo intentaba él, pero me dijo que solo cogían a gente joven. Le agradecí la sugerencia, mientras guardaba silencio. Él me reveló que claro, viniendo de Inglaterra, hablaba inglés por lo que lo tendría más fácil; como él, que hablaba tres idiomas: español, castellano y manchego.

Dumitri, que llevaba tiempo sin participar, me pidió mi número de teléfono; respondí que lo tenía roto (lo cual era verdad), pero que podía dárselo y cuando lo consiguiese arreglar vería su perdida (él no tenía saldo) y le llamaría. Santiago me pidió ver mi móvil para ver si lo podía arreglar, pero no había mucho que hacer, solo se encendía y apagaba cada 14 segundos. A pesar de darse cuenta de que no podría arreglarlo, tras preguntarme de qué compañía telefónica era, me sugirió que lo llevase a Vodafone a arreglar. “¡Ni se me había ocurrido! ¡Muchas gracias! Creo que ya va siendo hora de que vaya a instalarme a casa; me alegra haberos conocido y volveré a traeros algún libro que os pueda interesar, y luego podáis vender.”

Carmen Neri, voluntaria de Susurros de luz

Susurros de luz

Susurros de luz, la asociación que hace que las cosas bellas sucedan y además las cuenta.

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