Desam Ferrández

Viaje a las cataratas de Iguazú por Desam. Ferrández

Desam. Ferrández, Limpio, Paraguay. 22 de octubre de 2018

Lo más gracioso del viaje fueron el cruce de las fronteras, tan juntas unas de otras y el juego de aduanas que tienes que hacer para no dejarte ningún sello por poner, aunque no voy a entrar en detalles, ya que fuera del lugar si no lo vives, no te puedes reír y pierde gracia.

La primera parada fue en Ciudad del Este, donde hay una vida acelerada, comercial, todo se realiza a través de una transacción, calles y calles donde no se ve el cielo solo las lonas de los puestos de vendedores que insisten en que les compres, entre medio grandes centros comerciales de toda clase de genero y gente que te quiere llevar hasta “el lugar adecuado” para que compres tu objeto deseado y así poder ganarse un poco de plata.

 

La experiencia del viaje a las cataratas ha sido magnífica, preciosa, en cuanto entras en el parque de las cataratas llegas a la calma y esto ya en sí es inefable, no voy a encontrar adjetivos calificativos que expresen la maravilla que se ve, no los hay, al adentrarte en la naturaleza te embriaga, acapara tu atención, los árboles de gran belleza, las lianas enredadas entre sí sin la ayuda de la mano del hombre, enredándose con sus otros hermanos árboles, seguro que sin darse cuenta a alguno habrán estrujado, y trenzas y nudos con formas magnificas. Observando a los árboles hemos podido apreciar su mirada, ojos mirando al turista, algunas con facciones enfuruñadas por el ruido exagerado de los que emocionados recorremos las sendas, troncos camuflados intentando pasar desapercibidos y otros enseñando descaradamente a los seres que esconden con sus caritas pegadas a la corteza misma, compartiendo espacio con los insectos y los coatíes que no paran de trepar de un lado a otro.

 

El agua con su fuerza de arrastre me habla, veo reflejadas un montón de emociones, superponiéndose las unas a las otras, como gotas de agua, con fuerza, dominante, con acoso y competencia por ser la primera en poder arrojarse viviendo intensamente la caída, explotando y liberando al llegar, y chocar contra las otras que ya se han lanzado al vacío anteriormente. Tirándose sin cabeza y sin pensar en las consecuencias, solo en el ansia de saltar y sentir la nada a su alrededor, me imagino esa emoción sola en los instantes que dura la caída, disfrutando de la soledad hasta que llega abajo y se deja llevar por el remolino de sus compañeras perdiendo su propia identidad.

Así me siento y a veces con torbellinos de emociones que no sabría distinguir porque todas giran en el mismo bucle, como si del centro de un huracán se tratara y en otros momentos hay calma, la  misma que se divisa antes de la catarata, en ese momento casi se siente paz, las aguas transitan sin prisa, solo dejándose empujar, deslizándose por la pequeña pendiente que las lleva a su destino.

El ruido que hace cerca del salto es semejante al ruido interno cuando estoy viviendo cualquier vorágine momentánea, esa en la que estas en el centro del huracán. Si me fijo un poco el agua salpica por doquier, como otra vez un reflejo de mí día a día que mis emociones salpican por doquier, llegando lejos impulsadas por la intensidad de la vivencia, me acuerdo que mí estado tiene una onda expansiva que se siente lejos de mí, ¿qué sentirán en el lado opuesto del mapa por esta onda expansiva? Quizás hay otra catarata vibrando y saltando alegre, emitiendo energía hasta el más allá.

Mirando la fuerza del agua y la grandeza de la naturaleza, una solo puede sentirse diminuta y agradecida por la magnitud de lo que admira y contempla con ojos principiantes ante esta escena, sublime obra del universo.

Otra vez puede que pensando en la teoría de los reflejos, veo que ahí esta la perfección, la calma y la furia del agua, como nuestra calma y nuestra furia de estados emocionales, para poder vivir todos los instantes desde un estado contemplativo, si pudiera ser capaz de parar y mirar no desde la mente y sí desde el corazón calmado, aunque he de decir que cuando estoy en medio del torbellino de la vida misma no soy capaz de parar y contemplar eso que me envuelve.

Entonces ¿qué somos? somos una balsa de amor, un embalse de calma como la propia agua, como el propio río antes de lanzarse estrepitosamente al vacío, somos esa calma, ese amor tranquilo que necesitamos para entrar en actividad, un poquito de inclinación basta para que nuestra calma, para que nuestro amor, se precipite al vacío ruidosamente, explosiones de jubilo mientras se disfruta de la caída hasta que se precipita con un montón de emociones y se encuentra con otras turbaciones. Al final el amor es esa acción en movimiento como la sonrisa lanzada al compañero, al que esta a tu lado. Eso somos, así de fácil, amor en calma que con un poquito de empuje acabamos siendo amor activista.

Solo queda agradecer a todo y a todos, a los que veo y siento y a los que ni veo ni siento, aunque no dudo que estén muy cerca, porque sin cada uno de vosotros no existiría esta vorágine de emociones.

 

Susurros de luz

Susurros de luz, la asociación que hace que las cosas bellas sucedan y además las cuenta.

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