Ya se acaban las vacaciones
Ya se acaban las vacaciones, escrito para el boletín de la ASR de otoño 2014
Volviendo poco a poco a la rutina, comentando con unos y con otros nuestras aventuras de verano he llegado a la conclusión de que los veranos no son como los de antes…siento que la infancia a perdido algo mágico, la posibilidad de hacerse heridas.
Yo tengo una hija de 10 años, se llama María, alguna vez he escrito algo sobre ella. Para mí es un ser muy especial entre otras cosas porque hace que recuerde cada fase de mi vida, que tenía olvidada, según ella va creciendo.
Yo con 10 años…recuerdo que nos pasábamos el día en busca de aventuras, mis tres hermanos y yo llegábamos a casa siempre hasta arriba de manchas y con heridas, la mercromina era un producto tan indispensable como mágico. Por muy profunda que fuese la herida, la mercromina lo curaba…luego lucíamos la herida de guerra como medallas ganadas con honor.
En septiembre, de vuelta al colegio las cicatrices se enseñaban mientras narrábamos las batallas más creativas que podíamos, un 5 por ciento de realidad y 95 de imaginación pura, mientras los amigos escuchaban con mucha atención y se buscaban sus cicatrices para seguir contando aventuras…
La televisión se veía un ratito, mientras hacíamos las dos horas de reposo pues “afuera hacía mucho calor” y el resto del día, lo pasábamos con la pandilla, montando en bicicleta, jugando al fútbol, vacilando o contando historias.
Si te picaba una avispa cogías un poco de barro y te lo ponías encima del pinchazo y seguías nadando o jugando sin dar mayor importancia…bueno, en realidad era otra herida de guerra, otra muesca en la culata…
Nos pasábamos el día jugando a las chapas, de rodillas, a los indios y vaqueros, al Exín Castillos, Madelman, Big Jym…
Viendo a los niños de hoy que montan en bicicleta con casco o en patines con todo tipo de elementos de seguridad, que más que a jugar parece que van a una partida de Rollerball, cuando me encuentro con un niño con rodilleras en los pantalones, tiritas o alguna herida, me recuerdo a mí con su edad cuando uno disfrutaba con unas chapas y una pista de tierra, cuando me caía de la bici por intentar seguir a la pandilla, cuando no hacían faltan pilas para cada juguete, e incluso no sabíamos lo que era un videojuego…a lo máximo soñábamos con ir a ese local donde tenían una extraña maquinita, el tenis, dos líneas blancas que tenían que golpear un punto que se movía de un lado a otro de la pantalla…jajaja, yo me hago viejo y sigo aprendiendo a base de caerme y levantarme. Quizás eso me haga más duro, no lo sé, pero me pregunto si no estamos creando una sociedad demasiado blanda y superprotegida. Yo no quiero que me sobreprotejan, quiero aprender a controlar el dolor, a caerme y levantarme y a evolucionar con cada golpe que me da la vida, o que doy a la vida yo, que esa es otra.
¿No será que estamos privando a nuestros hijos de la posibilidad de disfrute por un posible riesgo que no tiene porque pasar? ¿quizás somos padres cómodos que no queremos ponernos de rodillas y jugar con los hijos, o correr detrás de una bicicleta hasta que aprendan a ir solos por la vida?
Ha cambiado tanto la sociedad…lo llaman progreso, a mi me gustaría poder llamarlo equilibrio y mezclar lo mejor de todas las culturas y épocas. Ahora quizás sea la cultura del miedo…prefiero no pensarlo, yo salgo a la calle y arriesgo y me gusta que mi hija haga lo mismo, aunque nos tengamos que desinfectar de vez en cuando con agua y jabón, que al final es lo que mejor higieniza y un “cura sana, culito de rana” que no es otra cosa que amor incondicional puro, esencia de Reiki.