Cenas entre cartones con Susurros de luz
Desam. Ferrández. Madrid, 14 de febrero de 2025
Mantuve su mano entre las mías apretándole más de lo debido y extendiendo el tiempo antes de despedirme.
Creo que él se dio cuenta. Era la forma que tenía de decirle que eres visible, que a pesar de estar viviendo en este momento entre cartones y a cielo descubierto, «eres una persona digna de escucha, digna de atención.»
Hacía tiempo que no salía con Susurros de luz a repartir cenas y la verdad es que me encanta, me interesa escuchar sus historias mientras les miro atenta a los ojos. No nos gusta entregar solo comida y largarnos como si fuera un buffet de comida rápida a sus cajas de cartón. Nos gusta pararnos, preguntarles el nombre, darles la mano presentarnos y lo que más… escucharles qué hacen en la calle, cómo sobreviven. A veces informamos de lugares para encontrar una habitación, un albergue o un comedor donde den comida caliente e incluso ducharse, aunque estos pequeños truquillos normalmente ya se los saben.
Esta vez tenía muchas ganas de presentarme dándoles la mano, tocándoles y no desde un paso atrás, sino muy próxima a ellos, eso es lo que hace esta labor gratificante y además me pone en otro lugar, con la perspectiva de que con cualquier giro de la vida me podría encontrar en su misma situación, por lo que esta noche al irme a la cama, mis GRACIAS son en mayúscula, por el techo y por la vida misma.
Hay algunos amigos que están desde hace muy poco tiempo, porque han tenido una quiebra económica, personal, laboral… Otros llevan demasiado tiempo y parece que se enquistan entre sus cartones, que no encuentran la forma de salir, ni tan siquiera un trabajo con goteo constante de entrada económica. Algunos se dan a la bebida, parece ser que es más fácil evadirse de la realidad entre las burbujas de la cerveza barata o de el vino de cartón.
Hay muchos que todavía agradecen estar vivos, que Dios los mantenga con vida, que tienen comida, que tienen hasta abrigo con el que cubrirse y hay otros que maldicen su mala suerte. Uno susurra su mala decisión por la cual ahora está en esta situación, se justifica pensando que nunca dice que ahora no tiene nada, lo que tiene es mucha experiencia.
Si entablamos conversación con treinta personas distintas, sus situaciones y su pasado son tan diferentes como sus propios nombres, no hay un nexo en común, cada uno lleva su mochila y dentro de esa mochila sus experiencias personales, diferenciadoras de otra vida aunque esta esté en el cartón de al lado y, a veces, hasta compartan cartones para darse calor entre ellos.
El colofón de nuestra salida fue llegar a la plaza Mayor y aunque todavía era temprano ya se estaban montando sus camas, su habitación individual, metidos en una caja de cartón que les aísla del frío, del ruido y de las propias miradas.
Cuando nos vamos, me vuelvo para echar una última mirada, ¡qué pena!, parece mentira que estando en el siglo XXI haya tantas personas durmiendo al raso. Ahora que somos más modernos, que tenemos tantas comodidades en nuestras casas y que haya tantos huesos chocando en el duro suelo.
Cuantas contradicciones hay esta la sociedad del bienestar que nos quieren vender.
Qué bellas reflexiones, Desam. Al sufrimiento de tener que vivir y dormir en la calle, se suma la invisibilidad, cuando no las miradas de desprecio o rechazo de quienes se sienten superiores a ellos. Creo que poder estar junto a ellos compartiendo momentos, conversaciones, historias de vida, es un auténtico regalo para el acompañante de las personas sin hogar. Y un motivo, más, para el agradecimiento diario.