Merecido descanso
Relato escrito por Jose Mª Escudero. Madrid, 28 de marzo de 2023
Era sábado, invierno. Estación de Atocha, una tarde en la hora en que se juntan los que intentan regresar a casa después de un agotador día de trabajo, con los que vuelven cansados de pegarse una buena excursión por la sierra madrileña.
Está llegando el tren de Cercedilla destino a Aranjuez.
La gente se agolpa en los andenes esperando a que llegue el transporte que les lleve a su preciado destino, para obtener el mejor premio de la semana: dormir, porque es sábado y el cuerpo lo sabe y no aguanta más el cansancio.
Según se aproxima el tren, los nervios brotan como el agua que fluye de un tranquilo manantial hasta la más caudalosa catarata.
Los pasajeros se amontonan en donde creen se va a situar la puerta de acceso al vagón, como cuando la bolita plateada de la ruleta va dando vueltas hasta que reduce la velocidad, se va parando, ¿dónde terminará?… ¿Frente al joven de la bici? ¿Frente a la mujer de uniforme del supermercado de barrio?… justo frente a los sudorosos y cansados obreros.
El tren se detiene.
Las puertas de los vagones se abren.
Unos intentan bajar, otros quieren subir.
La gente se enfrenta en auténticos duelos a muerte.
En un vagón en particular ocurre algo especial, un hombre tiene dificultad de movilidad y sus movimientos son lentos, no precisa de ayuda pero ralentiza la salida; quiere bajar pero nadie en el andén se separa para dejarle sitio. Un joven intenta bajar por su lado izquierdo, no quiere dañarle de un empujón fortuito por lo que espera a que la gente del andén se mueva, pero no, no se apartan.
En el andén nadie observa la situación tal y cómo se ve desde el tren, ni un intento de permitir salir antes de entrar.
La multitud se impacienta y ¡oh, rebelión!
Comienzan a gritar a los que lentamente van bajando: ¡Muévanse!. Al escuchar ese grito, el joven se para en la escalerilla, bloqueándola. La turba empuja hacia arriba a los pobres viajeros que quieren bajar, uno de ellos dice riendo en voz alta, para quitar violencia al momento, “dejadnos bajar, por Dior”. En respuesta, uno de los obreros, algo cansado, responde: “parece que alguien ha tenido un mal día” pero siguen sin apartarse. Bajan y suben como pueden, alguno hay con las suficientes ganas como para abrirse paso entre la multitud a base de improperios y mochilazos, por suerte, la sangre no llega al río.
Por fin el tumulto se disuelve, la gente sube al tren llena de rabia producto del cansancio del trabajo esclavista mal remunerado, los minutos de espera y la situación que han creado.
La mayoría de los pasajeros que han llegado a la estación salen por las escaleras mecánicas, otros viajeros esperan diferentes trenes para el trasbordo que les lleve a sus destinos finales.
El tren de Cercedilla a Aranjuez se aleja con la paz que da el saber que se está regresando a casa. Sentados o de pie, ya están todos de camino a sus hogares.
No se puede pedir más. Bueno, sí, que dejen salir antes de entrar pues todos están agotados, pero si no ceden, si no dejan bajar, hagamos la vida fácil al prójimo: esperar a bajar del tren detrás de la persona que tiene dificultad de movilidad, mientras los demás suben por el otro lado, no cuesta tanto. Es cuestión de ponerse en el lugar del prójimo.
Al final, todos queremos llegar felices a casa, a disfrutar de nuestro bien merecido descanso.
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