Una “pedorreta” de mi niño interior
Jose Mª Escudero Ramos, Madrid, 27 de marzo de 2021
Si pudieses volver a un momento de tu infancia, ¿a cuál de todos esos momentos que ocupan tu memoria regresarías?
A mí me resulta muy difícil decidir… recuerdo con mucho cariño esa pandilla de verano todo el día en la calle, con las bicicletas, jugando al fútbol o corriendo calle arriba tras llamar al timbre de una puerta. También me viene a la cabeza las tardes de cine y palomitas o los desayunos en familia de los domingos compartiendo la lectura de periódicos; las partidas de los juegos de mesa; escuchar música, ver la tele… Tengo recuerdos en color de una televisión en blanco y negro en la que veía a «Los payasos de la tele» en una de las dos cadenas de las que disponíamos.
Recuerdo los momentos vividos según íbamos creciendo, las fiestas, la música lenta, los bailes pegados, las mariposas en el estómago, agarrar la mano a la chica de tus sueños…
Vivimos unos años disfrutando de lo que éramos: niños, con «o» con inocencia y sin sentir que menospreciábamos por no decir niños y/o niñas… Han cambiado tanto los tiempos que ahora hemos de escribir, niños, niñas, niñes, niñxs y mientras nos perdemos en la duda del género hacemos que los niñes vivan muy rápido, crezcan sin disfrutar de la infancia, la preadolescencia se junta con con la salida de los dientes, la adolescencia se adelanta y cuando crecen nuestros niñxs, comprobamos que se las ha ido la infancia.
Ahora criamos a niños y niñas multitareas, han de haber probado extra escolares de todo tipo antes de los 15 años, a esa edad ya no nos podemos hacer con esa adolescencia rebelde que se opone a todo lo que sea propuesto por madre, padre, tutor o tutora.
Tenga la impresión de que la infancia se va cada vez más rápido; la sociedad del bienestar y el “vive el momento” nos hacen correr en exceso… los vídeos de motivación aceleran nuestras células, se adoctrina a la sociedad en la obligatoriedad de ser feliz… como si no bastase con SER.
Se tiene acceso a exceso de información a edades que no les corresponde.
Hemos de buscar terapias que nos hagan felices porque lo que tenemos no nos “satisfyer” lo suficiente. Se venden, y ya de antes de la pandemia, más ansiolíticos que caramelos, ahora incrementado por el momento que se está viviendo.
Buscamos talleres de autoestima, de crecimiento personal, que nos faciliten el camino de la felicidad, pero cambiamos de terapia en cuanto nos ponen a trabajar porque queremos que nos den las cosas hechas. Honramos a la madre tierra, a la mujer, a nuestros ancestros… buscamos acariciar al niño interior… se le tiene que pedir perdón para que en un «chas aparezca a nuestro lado» o mejor, en nuestro interior y si puede ser, ya crecidito.
Madura antes nuestro cuerpo que nuestra mente, puede que sea debido a la infantilización de los adultos… hemos corrido tanto para querer ser mayores que no nos hemos permitido disfrutar de cada fase de nuestra vida y ahora tenemos que pagarlo de alguna forma.
Nos enseñan a gestionar emociones pero no a sentirlas, sentirlas profundamente… el otro día hablaba con un amigo por un lado y con mi pareja por otro, sobre el mismo tema. Las emociones han de ser sentidas, luego se gestionaran pero se tienen que sentir, se tienen que expresar, luego conocer, pues nadie sabe sabiendo, y por último integrar. Y si ya de camino podemos aprender qué emociones se vinculan con cada órgano de cada uno de los sistemas del cuerpo humano (respiratorio, circulatorio, digestivo y reproductor) mejor que mejor. Así podremos observar las similitudes entre las enfermedades y nuestros procesos personales… Para esto se ha de ser muy valiente y enfrentarse a muchas zonas oscuras de nuestras almas.
¿De qué tiempo a esta parte hemos de sanar al niño interior? Quizás sea desde que no les hemos dejado disfrutar de la infancia… En mi último viaje a Paraguay pude sentire la alegría de los niños, y niñas, en la calle. Vi como jugaban con cajas rotas, con cuerdas en los árboles con las que hacían una suerte de columpio, sabiendo que se podía romper la rama que la sostenía en cualquier momento. Nos llamó mucho la atención, a mi compañera de vida y a mí, ver a tres hermanos, dos niños y una niña, con un cochecito sin una rueda, uno montado, otro detrás corriendo y la hermana, la más mayor, puede que llegase a tener 12 años, tirando de la cuerda del coche y del pequeño que iba encima, mientras el otro corría muerto de risa… vuelcan, se levantan riendo todavía más… y mientras Desam y yo, de vuelta a aquella casa que nos hacía de hogar, pensando en qué pasaría si se vive esa escena en España… niños descalzos sobre la tierra, corriendo, gritando, disfrutando bajo un peligro relativo, pues el peligro está en nuestras mentes…
Y una vez en casa, a escuchar a Sabina cantando aquello de “…las niñas ya no quieren ser princesas..”, “… de la boca de fresa…”.
Hemos vivido tan a lo loco la Movida que ahora es el momento de volver al pasado y mirar a nuestros niños interiores para que nos hagan una pedorreta… Menuda movida hemos dejado a las generaciones posteriores… ¿Quién se atreve a decir ahora aquello de “vamos a dejar un mundo mejor a nuestros hijos” si no hemos podido preparar a un adulto/adulta que no tenga que sanar a su niño/niña interior?
Propongo vivir teniendo la curiosidad de un niño, o niña. Vivir con la espontaneidad de un niño, o niña. Vivir de una manera más sencilla, dejar que la imaginación y la creatividad tengan alas sin necesidad de buscarlas en bebidas energéticas. Vivir en el espíritu crítico, en la duda metódica, en el momento presente, descalzos sobre la húmeda tierra, descalzos por el parque, como Jane Fonda y Robert Redford.
Deberíamos creernos capaces de todo, lo somos, además de una forma mucho más sencilla. Todos tenemos la capacidad de situar cada momento de nuestra vida en su orden, como unas muñecas matriuskas, el niño en el interior, el adolescente, que quizás esté todavía más herido que el niño, lleno de arrepentimientos o sufrimientos y el adulto, el anciano… somos matriuskas, con cuerpos físicos y energéticos, con cada experiencia un círculo, como los árboles, en el gran tronco de la vida.
Si nos hemos pasado alguna de estas etapas, vamos a trabajarlo desde el punto de vista de la integración ¿cómo hemos llegado a esta situación?. Integrar todo que he vivido implica conocerse y aceptar todo ello hace que hoy sea como soy, con mis golpes y mis heridas, con mis éxitos y mis fracasos… Yo, el adulto, soy gracias a toda circunstancia vivida por mi niño, adolescente, joven y adulto Yo y por todo ello GRACIAS.